Los funcionarios, está claro, son un colectivo a tener en cuenta. El Gobierno en funciones, por ejemplo, se apresura a completar la extra que anuló en 2012, por aquello de que hemos de volver a las urnas. Los habituales partidarios de la ortodoxia presupuestaria se han quedado anonadados: ¿cómo pueden Rajoy y Montoro gastar con tanta liberalidad (que no liberalismo, ojo) cuando Bruselas nos ha sacado tarjeta amarilla por no cumplir con el déficit? Hombre... pues porque la alta burocracia comunitaria prefiere darle margen a la endeudadísima España, si el PP necesita engrasar un poco el engranaje electoral. Otro gallo cantaría si en Moncloa habitase alguien menos conveniente. Mira lo que le pasó a Grecia.

Esto de los funcionarios tiene sus más y sus menos. Entre otras cosas porque el colectivo (incluyendo a los empleados públicos contratados o estatutarios) es muy variopinto y está muy segmentado. Incluso en el Ayuntamiento de Zaragoza (donde el concejal Alberto Cubero intenta ejercer de director de Recursos Humanos) existen acusadas diferencias entre su personal. En un mismo servicio o sección coexiste gente entregada y responsable con otra que pasa del tema olímpicamente. Hay cuerpos, como la Policía Local, controlados desde hace tiempo por un sindicato corporativo y desafiante, que viene a ser la versión conservadora y eficiente del CUT de los autobuseros (quizás por ello éstos andan locos con municipalizarse y jugar en la Liga Administrativa). En su conjunto, la plantilla arrastra problemas relacionados con la ruptura del mecanismo de reposición (o de relevo, si prefieren), la ausencia de una carrera profesional que premie la iniciativa y la creatividad, la falta de objetivos... e incentivos, la politización (más bien la partidización, que es otra cosa) de los nombramientos para cargos de responsabilidad... No creo que este conjunto de problemas tenga que ver sólo con la edad sino más bien con décadas de prácticas viciadas (en todos los aspectos), y con la inexistencia de reglas del juego, protocolos y estrategias que determinen cuáles son los objetivos del personal y cómo lograrlos.

Si Santisteve y Cubero no resuelven esas incógnitas, rejuvenecer la plantilla servirá de poco. Incrementar la dedicación de los funcionarios y reanimar su vocación exige una dirección política hábil, un liderazgo honesto y objetivo, un análisis complejo de una situación compleja y nuevos códigos de conducta que premien a los mejores y castiguen a quienes no cumplan. Partiendo de un hecho evidente: todas las grandes plantillas (en el sector público o en la empresa privada) son difíciles de manejar. Por eso siempre queda mucho margen para mejorar su productividad y entusiasmo. Si se sabe hacerlo.