El señor Puigdemont está a punto de pasar a la historia. Más, creo, por la puerta de atrás que por la grande, más por chiqueros que por la Puerta del Príncipe, de modo que su capítulo no pase de ser un fragmento más del novelón, o culebrón catalán.

Este Puigdemont que pretende presentarse ante la opinión y prensa como un mártir de la causa soberanista, como un mahatma Gandhi, que afirma representar al pueblo catalán, a sus mayorías, e interpretar sus deseos es, en realidad, el mayor farsante que ha pisado el circo de la política española en mucho tiempo.

Para empezar, porque nunca se ha presentado ni siquiera a unas elecciones autonómicas. Es president de la Generalitat por delegación, a dedo, en sustitución de aquel Artur Mas al que la CUP tumbó tildándolo de corrupto. Viene ejerciendo por tanto el cargo Puigdemont sin un refrendo directo del pueblo hacia su persona. Lejos, sin embargo, de moderarse por esa circunstancia, se crece y gallea a cada día, como si realmente estuviera bendecido por el favor popular, llegándose a convencer de que los manifestantes le adoran, le apoyan, le votarían a él y a su república.

Pues tampoco.

Así lo acaba de adelantar la última y reciente encuesta de El Periódico de Catalunya, según la cual, el partido del señor Puigdemont, el PDECat, el sello renovado de la corrupta CiU quedaría en cuarto lugar de celebrarse mañana unas elecciones autonómicas en Cataluña. No primero, segundo ni tercero... sino ocupando uno de los peores resultados y sin posibilidad ninguna de gobernar.

Esa es la realidad. Puigdemont no solo no ganaría en Cataluña, sino que los catalanes lo rechazan masivamente, arrinconándolo en un irrelevante porcentaje de intención de voto. ¿A quién representa, entonces?

Desde luego, al conjunto de Cataluña, no. Estando por ver, por otra parte, si las consecuencias jurídicas, o penales, de sus actos, le permitirían presentarse a comicio alguno, o bien, como deviene bastante más previsible, sería inhabilitado por los tribunales para el ejercicio de cargos públicos durante unos cuantos años.

Una farsa, por tanto, la que este lunático rodeado de fanáticos está protagonizando a costa del bolsillo y la paciencia de quienes sí respetan la convivencia y la ley. Me dicen mis espías que no es más que un títere, pero ojo al refrán: Tonto, tonto...