Los vascos, ¡oh, maravilla!, pueden describir con total precisión cuánto dinero les ha entrado procedente de los fondos europeos, en qué ha sido invertido y con qué resultados. En veinticinco años Euskadi ha mantenido un patrón fijo en la inversión de fondos públicos (de todos ellos) y el resultado final está a la vista: si a mediados de los Ochenta provincias como Vizcaya tenían una tasa de desempleo superior al 35%, ahora afrontan la crisis con un nivel de paro muy por debajo de la media española e integran la comunidad que dispone de una mayor y mejor economía productiva. Un tejido industrial potente e internacionalizado, un I+D+i de alto nivel, un movimiento cooperativo sin parangón, un sector de la construcción bajo control, un medio ambiente cuidado y protegido son otros tantos factores que marcan la diferencia con el resto de España.

¿Sabe alguna autoridad aragonesa cuánto han sumado las sucesivas partidas destinadas a reindustrializar las cuenca mineras turolenses? Seguro que no. Pero desde aquí les garantizo que la cantidad probable nos sorprendería por su volumen. No ha sido una bagatela, mas carecemos de una idea medio precisa sobre su impacto real. Lo cierto es que si ahora se cierran las minas de carbón (algo que por otra parte no carece de lógica) miles de personas van a quedarse sin empleo y el Bajo Aragón sufrirá un golpe fatal. ¿Qué ha sido de los muchos millones de pesetas y de euros enterrados en las más dispares iniciativas empresariales? ¿A dónde han ido a parar esas iniciativas?

Claro que cuando estaban agobiados por el desmantelamiento de la siderurgia y de otras industrias pesadas, los vascos aún eran capaces de definir qué sabían hacer, cuál era su punto fuerte. Disponían de una vocación fabril, de una mano de obra cualificada y de una voluntad encaminada a suplir el bache de los Ochenta con innovación y desarrollo científico-técnico. Por eso sus nuevas sociedades públicas se pusieron a trabajar en apoyo de la modernización empresarial, incluyendo en la apuesta conceptos como la sostenibilidad medioambiental, la responsabilidad social, la calidad homologada y la presencia en los mercados exteriores. ¡Ah!, y eso se hizo sistemáticamente bajo sucesivos gobiernos.

¿Qué sabemos hacer los aragoneses? ¿Qué queremos ser en el futuro? ¿Dónde están nuestras habilidades? ¿Cómo poner a trabajar nuestro territorio sin destruirlo? Ésas son las preguntas claves que deberíamos hacer cuando vemos al Bajo Aragón pendiente de un hilo, nos enteramos de que Aramón ha perdido veintidós millones sólo en la última temporada de esquí, dejamos que la Universidad pública se vaya derrumbando o rodeamos de indiferencia a nuestros escasos aunque activos investigadores.

Y la cuestión crucial ¿Qué ha sido de nuestro dinero?