Como siempre suele suceder, políticos y analistas sociales nos hemos visto sorprendidos durante la última semana con la emergencia de un nuevo fenómeno de movilización popular que no hemos sido capaces de anticipar, al igual que ha sucedido en otros países del mundo. A mi juicio, este movimiento ha dejado descolocada a la elite política, social y cultural y se están vertiendo una serie de argumentos que están basados más en prejuicios infundados y, por qué no admitirlo, en miedos, ante una realidad difícil de comprender, que escapa a los patrones clásicos de izquierda-derecha propios de las democracias occidentales y que igualmente pretende zafarse del control de las estructuras tradicionales de representación (partidos y sindicatos).

Si me permiten, voy a tratar de arrojar algo de luz sobre este nuevo movimiento, sin pretender ni mucho menos ser su portavoz, sino ofreciendo argumentos que permitan su interpretación y comprensión desde la ciencia política y social.

En primer lugar, creo que se están extendiendo un conjunto de ataques preventivos bajo el presupuesto injustificado de que se trata de un movimiento que va en contra de las instituciones políticas existentes, llegándolos a tildar de apolíticos. Las generaciones maduras y mayores, que lucharon por la democracia, no acaban de comprender que estos colectivos critiquen y denosten algo que costó tantos esfuerzos conseguir. Sin embargo, hay que decir con rotundidad que, de entrada, se trata de un movimiento de hondo calado político, si por política entendemos la acción dirigida a proponer y establecer un determinado modelo de sociedad. Otra cosa es que se trate de un movimiento político no-institucional, es decir, que se dé al margen de las instituciones políticas establecidas. En este caso, hay que recodar que todas las transformaciones sociopolíticas de profundidad que se han dado en la historia han procedido de iniciativas no institucionales. Negar la potencia instituyente de lo no institucional, es, en el fondo, negar la posibilidad de transformación y mejora social.

En este sentido, yo entiendo que las propuestas, más o menos estructuradas, de este movimiento no van en la dirección de negar el sistema sociopolítico existente, sino de perfeccionarlo. Entroncado con una corriente filosófica y política que se reúne bajo el paraguas de lo que se denomina democracia deliberativa, se pretende reforzar el actual sistema político institucional basado únicamente en la representación, con otras fórmulas participativas que mejoren la calidad de la democracia. Y eso, no lo olvidemos, no significa reducir el papel de los representantes políticos (que, finalmente, siempre tendrán el poder de decisión), sino de enriquecerlo con las aportaciones de la ciudadanía en la gestión cotidiana de los asuntos públicos. Aumentar los cauces de participación supone, igualmente, incrementar la corresponsabilidad de la ciudadanía en la res pública, lo que nos habla de ciudadanos maduros y comprometidos, todo lo contrario a la imagen de antisistema que en ciertos medios se está extendiendo sobre el movimiento 15-M.

POR OTRA parte, me gustaría hacer una reflexión en torno a otro dilema que está haciendo sufrir, en este periodo electoral, a los partidos políticos. En las tertulias y comentarios periodísticos, no se atina a concluir si se trata de un movimiento de izquierdas o, por el contrario, es transversal, si promueven la abstención o un voto a los partidos de la izquierda del arco parlamentario. Para abordar esta cuestión es preciso analizar tanto el perfil de los asistentes a las manifestaciones como los mensajes y proclamas que lanzan al aire. Empezando por esta última cuestión, lo que parece evidente es que se comparte una crítica radical al sistema capitalista de corte financiero y especulativo que nos ha dominado en las últimas décadas. Y, respecto al perfil, he podido comprobar que están presentes personas de todas las edades (no solo jóvenes), de los dos sexos y de distintas nacionalidades y en diferentes situaciones: parados, pensionistas, estudiantes, sí; pero también autónomos, comerciantes, pequeños empresarios, etc. Es decir, podemos afirmar que están presentes, de una u otra manera, todos aquellos colectivos que han sido víctimas de la actual crisis que nos azota.

Y es en esta diversidad y en este perfil plural donde se pierden los partidos tradicionales. No entenderemos lo que está pasando si seguimos pensando en la línea que tradicionalmente ha dividido las izquierdas y las derechas. Más bien, lo que propugna este movimiento es que hay una línea que separa a las víctimas del sistema de aquellos que se benefician del mismo y, lo más importante, de los que de una u otra manera lo defienden y apuntalan. En este último grupo es donde incluyen a prácticamente todos los partidos tradicionales y, de igual forma, a los sindicatos y medios de comunicación, mal que les pese a ellos. Y es que la experiencia demuestra que ninguna de estas mediaciones tradicionales (partidos y sindicatos) ha luchado verdadera y radicalmente contra los males del sistema políticoeconómico cuando han dispuesto de cuota de poder.

EN ESTE sentido, lo interesante de la propuesta del movimiento 15-M es que trata de enlazar los dos argumentos anteriores: democracia y economía. Lo que propugnan, y ahí está el radicalismo de la propuesta, es que la política, reforzada con una participación ciudadana de calidad, domine a la economía, rompiendo con la relación inversa que impera en la actualidad. Se trata, en definitiva, de una alternativa política y ética de carácter humanista, que pretende poner a la persona y a la colectividad en el centro del debate y de las reflexiones políticas y económicas.

Si nos adentramos en el análisis de las limitaciones que posee el movimiento, quizás la que está recibiendo mayores críticas es la falta de un proyecto nítido y compartido por todos los participantes. Pero, digo yo: ¿es eso necesario? Si nos ponemos de acuerdo en unos valores mínimos compartidos, como los descritos, los caminos que se abren ante nosotros son infinitos, por lo que surgirán las diferencias internas en torno a modelos alternativos. Pero, ¿no se basa precisamente en eso la política?