Vuelve con fuerza el realismo, sin que sepamos muy bien por qué. La hegemonía de la realidad se percibe en la mayoría de órdenes de la vida cotidiana y también en las expresiones artísticas, desde la literatura a la pintura. Patria, de Fernando Aramburu, la novela que está triunfando actualmente, es un retrato realista de los años de plomo en el País Vasco. Asimismo, la novela negra se impone por su capacidad para exponer la realidad desde una perspectiva cruda y crítica a la vez, renunciando a los planteamientos más imaginativos o fantásticos en los que ha abundado el género en otras épocas.

¿Por qué? Quizá porque el hombre moderno es cada vez más práctico y realista, más pegado a la tierra y apegado a los bienes materiales. Siendo el peso del trabajo, la familia, el dinero, las relaciones sociales suficiente como para aumentarlo con nuevas cargas.

Pero la realidad no está exenta de belleza y en ese orden disfruto de la exposición de Rafael Barnola en Puerta Cinegia. Sus hermosas acuarelas reflejan una Zaragoza reconocible en su casco viejo. Calles, tabernas, plazas, tiendas que hemos visto miles de veces pero que a la luz de los pinceles de Barnola muestran una riqueza más madura, densa y ligera a la vez, sólida y evanescente como los propios colores o los reflejos de la luz.

Ya Rafael Barnola sr. transitó mucho esas calles e incluso, como ingeniero especializado en diseños urbanos que fue, nos legó avenidas y parques que aspiraban a oxigenar las más estrechas calles y rincones donde su hijo ha encontrado una fértil inspiración.

Esa Zaragoza del Mercado Central, de Ossau, Estébanes, El Tubo, no es, por conocida, menos inmortal y tan eterna como ya la describiera Galdós en sus Episodios nacionales, durante los Sitios. Casas que entonces fueron derruidas por las bombas de los franceses, pero que volverían a alzarse, permaneciendo en muchos casos hasta hoy como vivo testimonio de un siglo XIX que nunca ha terminado de irse, que sigue ahí, agazapado tras los portones, bajo los aleros, en las sombras de la ciudad vieja.

Barnola, en su visión realista, figurativa, no renuncia al sustrato poético ni a la visión artística y por eso la Zaragoza que vemos en sus acuarelas es la suya y la nuestra, la versión y el modelo, en otra afortunada manifestación de la belleza subjetiva de lo real.