«A los dos días de nacer me puse amarilla y pronto me detectaron una atresia de vías biliares. Al tiempo les comunicaron a mis padres que la solución para mi enfermedad era un trasplante de hígado». Así comienza su historia Sara Seral, una joven de 31 años de Leciñena y administrativa de profesión que ha recibido a lo largo de su vida dos trasplantes de hígado y otro de riñón.

Relata Seral que el primer trasplante hepático se lo practicaron a los 3 años. Al respecto, matiza que no estuvo todo ese tiempo en lista de espera, ya que su salud estaba «más o menos bien» al principio. No tiene muchos recuerdos de ese momento, dada su corta edad, aunque sí rememora algún ingreso más adelante por pequeñas recaídas.

Tuvo una vida normal hasta el 2012. Ese año comenzó a no encontrarse bien y a arrojar malos resultados los análisis que le practivaban. La causa era que el cuerpo estaba rechazando el hígado, por lo que necesitaba un nuevo trasplante.

Pero esta noticia no venía sola, sino que también le comunicaron que sus riñones estaban debilitados, posiblemente por una de las medicaciones. A causa de ello, pasó a estar en lista de espera en noviembre del 2014 para recibir ambos órganos.

Afortunadamente, en febrero del 2015 entró en el quirófano para que le realizaran un transplante hepático-renal. «La verdad es que desde el principio fue muy bien la evolución», afirma contenta sobre esta operación.

Sobre esta experiencia subraya que «recibir un órgano significa muchas cosas», remarca. Para ella, se trata de «volver a nacer, hace ver la vida de otra manera». Recalca Seral, además, la solidaridad de los familiares del donante que, «en el momento más complicado», cuando les están comunicando el fallecimiento de un ser querido, son capaces de pensar «que pueden ayudar a otras personas».