Así como sus abuelos jugaban a las tabas o a la peonza de madera, y sus padres a las chapas o a las canicas, los chavales de hoy en día parece que vuelven a requerir el juego de calle para compartir en grupo.

La variedad es que ahora primero se juega y luego se cuelga en las redes sociales. De esta forma se ha divulgado El reto de la botella (en inglés the water bottle flip o the water bottle challenge). Barato, fácil y divertido. Esos tres adjetivos podrían ser los que definen el juego. Lo cierto es que está al alcance de cualquiera y no precisa especiales cualidades físicas o intelectuales, pues es una actividad de habilidad. Se requiere una botella de plástico (que incluso puede ser reciclada) y un poco de agua con la que se llena aproximadamente un tercio del recipiente. Se tapa y se lanza de manera que al caer quede de pie. Cuantas más cabriolas haga en el aire más dificultad y más mérito tiene. Y así se inicia la competición. A ver quién lanza la botella más alto, consigue más vueltas y la deja de pie. Si se juega en grupo, mientras uno lanza otro graba con el móvil para colgarlo en Youtube, Twitter, Facebook o Instagram. Aunque también hay videos en la red en que aparece un solo jugador, en la cocina o el salón de casa, autograbándose.

«RETROINNOVACIÓN»

Sociólogos y educadores coinciden en resaltar los aspectos positivos de esta nueva actividad y diferenciar las dos vertientes socializadoras: una, más tradicional, como juego de calle con los amigos y otra innovadora que utiliza las nuevas tecnologías para compartirlo a través de internet en las redes sociales.

David Baringo, doctor en Sociología por la Universidad de Zaragoza, destaca como aspectos positivos el bajo coste económico que permite la accesibilidad a un gran público: «Hay que considerar que supone escasa inversión en materiales». Pero también y, sobre todo, que el juego permite «un reconocimiento social y un prestigio al que aspiran muchos adolescentes», bien para integrarse en el grupo o para conocer a otros. «Como los grupos sociales que pintan graffitis, por ejemplo, tienen diferentes códigos y el prestigio aumenta según el grado de dificultad».

No obstante, añade Baringo que se generan «vínculos débiles» en el sentido de que «son espurios y viven en torno a una afición. Estos vínculos pueden ser reales o virtuales, pues el juego se comparte en la calle y también en las redes sociales». El sociólogo puntualiza que a través de los grupos creados en internet por aficiones comunes surgen en ocasiones «quedadas», por lo que el «vínculo virtual puede convertirse en real» al generarse un encuentro físico que amplía el círculo de amigos.

Baringo destaca que el reto de la botella podría influir para regresar a la esencia del juego de calle: «Puede estar en la tradición de los clásicos, low cost pero con retroinnovación al incorporar las redes sociales pues sin ellas el juego «no hubiese tenido tanto éxito». El otro factor del triunfo social es la «simpleza» y que no es nocivo para los chavales, porque que no genera agresividad ni perjudica su salud.

Además, es sostenible con el medio ambiente, siempre que no se dejen botellas en el espacio donde se ha practicado.

José Antonio Yagüe, educador social del PIE (Proyecto de Integración de Espacios Escolares) trabaja con alumnos del instituto Santiago Hernández de Zaragoza alternativas de ocio con programaciones educativas y complementarias. El proyecto depende del Ayuntamiento de Zaragoza a través del Servicio de Juventud e integra las Casas de Juventud y los institutos de la ciudad donde, según Yagüe, también se juega al reto de la botella: «Este pasatiempo se circunscribe en un ambiente virtual que comparte en redes sociales diferentes retos». Ha habido otros como el reto de la galleta o del papel, que combinan también simples habilidades y equilibrios para compartirlas luego en redes sociales pero «últimamente el que más éxito ha tenido es este de la botella», afirma Yagüe.

Desde el punto de vista educativo, destaca la «posibilidad de trabajar la psicomotricidad», pues potencia los reflejos, por ejemplo, pero sobre todo «el uso de las redes sociales». En este último aspecto, Yagüe explica que se trabaja «para distinguir qué se sube o no a la red y con quién se comparte», en definitiva, «hacer un buen uso de las redes sociales, divertido sí, pero lógico y sensato». Hay que concienciar a los chavales para que no cuelguen, por ejemplo, «un vídeo de alguien que no quiere, o del compañero más torpe para reírse luego de él y por eso, estamos atentos para que eso no suceda», añade.

Moisés S. es un chaval que juega desde hace un mes pero dice que todavía no ha colgado ningún vídeo y reconoce que lo que más le gusta es «que la botella quede de pie y así yo puedo quedar bien». Tampoco David O. de 12 años, que juega «en el colegio y en casa». Su madre confirma que lo ve jugar ero no le deja, de momento, colgarlo en internet; «es muy joven todavía», asegura.

Todos los chavales de Zaragoza conocen el juego. También en el instituto Elaios del Actur «están todo el día dale que te pego, con la botella», afirma una de las educadoras sociales.

De todas maneras, «estas modalidades de juegos a veces duran poco y a lo mejor el año que viene ya nadie se acuerda», finaliza Yagüe.