Los Reyes Magos llegaron ayer a Aragón para hacer realidad los deseos de miles de niños de la comunidad. En tranvía, en ascensor o en sus camellos de toda la vida, Sus Majestades hicieron acto de presencia en distintos puntos de la geografía aragonesa para desfilar en fascinantes cabalgatas junto a su cortejo. Fueron los preparativos de una noche mágica en la que repartieron regalos por doquier.

En Zaragoza llegaron con mucho adelanto. Y lo hicieron en tranvía. A media tarde, los tres reyes y sus respectivos pajes se adentraban en un tranvía decorado con motivos navideños. Una vez hubieron validado sus tarjetas, como todo vecino, el tren comenzó a moverse. Pocos minutos después aparecían en la plaza San Francisco, entre una multitud de niños que gritaban sus nombres emocionados. "Venimos cansados del viaje, pero todo ha ido muy bien", reconocía Baltasar aún sobre un vagón del vehículo.

"Los niños se han portado bien, pero les vamos a poner unas condiciones para darles los regalos: que sean capaces de seguir queriendo a todos y que se sigan queriendo bien", explicó poco más tarde Melchor. "El viaje en tranvía perfecto, por cierto, apenas se mueve", añadió. "Nosotros somos magos, y la crisis no la sufrimos tanto. Llevamos muchos años llevando regalos. Tantos que recordamos que otra vez ya vinimos en tranvía a ver a los niños de Zaragoza, hace cien años", contó Gaspar.

Algunos zaragozanos trataron de subir al tranvía. Tan infructuosa fue su tentativa como su sorpresa al descubrir quién se hallaba en los vagones. Ya en la plaza San Francisco el jolgorio era enorme. Sus Majestades se dieron un baño de multitudes, un pequeño anticipo de la cabalgata posterior, en la que miles de zaragozanos abarrotaron las calles del desfile entre vítores y caramelos.

SOLIDARIOS Eso sí, antes visitaron el Albergue Municipal y la Casa Amparo, donde estuvieron con niños cuyas familias se encuentran en una situación de especial necesidad. Como los Reyes Magos no entienden de crisis, estos pequeños también cuentan hoy con su regalo.

Cada rey contaba con una comitiva propia. Malabaristas, aguerridos soldados de distinta condición, pastores, pequeños reyezuelos, hipnotizantes ninfas, sultanes, elefantes gigantes, burros cargados de regalos, vivaces músicos africanos, majestuosos egipcios y un sinfín de representaciones exóticas con un marcado tono oriental hicieron del desfile algo espectacular.

A ello contribuyó lo suyo el público: ya en la plaza del Portillo, en el inicio de la cabalgata, centenares de pequeños se encaramaron a las paredes creando un graderío improvisado. Todos ellos se encontraban asombrados ante la diversidad propia de la comitiva, mientras gritaban los nombres de sus reyes favoritos y limpiaban la calzada de caramelos a la velocidad del rayo. El aspecto de la plaza de Europa también era espectacular, y aún más el de las calles circundantes a la plaza del Pilar, donde el juego de luces de la calle Alfonso consiguió un ambiente verdaderamente mágico.

El alcalde, Juan Alberto Belloch, recibió a los Reyes Magos frente al belén del Pilar. Una vez allí, Sus Majestades ofrecieron el oro, la mirra y el incienso al niño Jesús. Para entonces la euforia y la ilusión de los niños de Zaragoza, miles de caramelos con azúcar después, se había disparado soñando con los regalos que Melchor, Gaspar y Baltasar les habían traído.