La estrategia para controlar o minimizar el impacto de las riadas como la que estos días ha asolado el tramo medio del Ebro ha cambiado en los últimos 25 años. Las propuestas de recuperar el dominio hidráulico, devolver al río el espacio arrebatado por el crecimiento urbanístico y el uso agropecuario, el retranqueo de motas y el establecimiento de llanuras de inundación y cauces de alivio tienen un precedente tras las grandes riadas del río Mississippi, en Estados Unidos, y el Rhin y el Elba, en Centroeuropa, a mediados de los noventa. Desde entonces, los métodos de ingeniería fluvial han ido cediendo paso para dejar terreno a propuestas sostenibles que concilian el desarrollo humano con el espacio propio del río, un sistema complejo que va más allá de lo que sería el paso del agua por un cauce, con un complejo sistema de acuíferos, materiales de arrastre y equilibrios naturales.

Si bien esas riadas históricas son poco comparables por su magnitud con las del Ebro (el caudal medio del Mississippi es de 12.000 metros cúbicos por segundo en algunos tramos, y en épocas de crecida pueden llegar a los 250.000, cien veces superior a la riada del Ebro este mes), el modo de mitigar su impacto es similar. Expertos en restauración fluvial y ordenación del territorio como Josu Elso, Alfredo Ollero, Fernando Magdaleno o Pedro Arrojo tienen suficientes estudios que aconsejan dejar de domesticar el río, aprender a convivir con él y compatibilizar el necesario desarrollo humano con el curso natural de un río que cambia y modifica y se adapta a su entorno.

En Europa, previendo el efecto del cambio climático, se están desarrollando alrededor de 120 programas en otros tantos puntos con ríos para devolverles su espacio, después de décadas dragando, canalizando y estrechando su cauce, como ha sucedido con el Ebro, al que se le ha reducido su espacio, provocando un efecto cada vez más devastador al aumentar su energía cinética por la supresión de meandros y el estrechamiento del cauce y la canalización que causan las motas. Algunos estudios sugieren que ello ha provocado que también se haya triplicado su energía destructiva.

El Gobierno helvético ha destinado 40 millones de francos suizos (39 millones de euros) a la recuperación de espacios fluviales. Es el caso de los ríos Thür, Kander o Ródano, donde se ha triplicado la llanura de inundación, se han eliminado motas y se han plantado choperas y vegetación fluvial en el entorno de la ribera. Más ambicioso es el proyecto en Holanda, país en el que se destinarán miles de millones de euros para prevenir el impacto devastador que puede tener una riada de sus grandes ríos en desembocadura en cien años. También hay experiencias en Italia de eliminar los dragados y las canalizaciones (frecuentes en la ingeniería fluvial de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado).

A su vez, se ha constatado que los embalses tienen un efecto laminador de avenidas importante, aunque no es --como indicó el presidente del Gobierno y la ministra de Medio Ambiente-- la medida fundamental de prevención. Como indica el experto Pedro Arrojo, el lema que preside la nueva cultura del agua es Dar espacio al agua, y eso, entre otras medidas, implica un retranqueo de motas, alejarlas de los cascos urbanos, para que el río tenga más espacio para expandir el agua y sus sedimentos, evitando así el impacto destructivo. Asimismo, esas motas deben tener compuertas --como ya se viene aplicando-- que den paso a campos de inundación que se anegarán cada cierto tiempo pero facilitarán el control de una riada. En el caso de que esta inundación provoque daños en el cultivo existente, se indemniza.