Aparentemente, hay pocos signos de que el Ebro vaya a sufrir una riada histórica. Es verdad que en los alrededores de Zaragoza fluye crecido y a cierta velocidad, pero quienes viven en las cercanías no se fían y, menos todavía, después de oír los mensajes de las autoridades que advierten de que este fin de semana se espera la llegada de una masa de agua equiparable a la del 2015.

«La gente de por aquí está recogiendo los electrodomésticos, colocándolos en sitios elevados o trasladándolos a otras casas porque no quieren que la riada les coja desprevenidos, como les sucedió a algunos hace unos años», señaló ayer Javier, un vecino de Monzalbarba, que posee una casa en una huerta de la ribera del Ebro, a las afueras de Zaragoza.

En el cuartel de Pontoneros, situado en ese barrio de la capital aragonesa, ayer había una notable actividad de vehículos a la orilla del río, pues el agua sube por momentos y roza ya la valla que marca el perímetro de la instalación militar.

Muy cerca, en una antigua casa de campo que habitan ahora personas no relacionadas con la agricultura, comentan que temen que, como ya ocurrió hace tres años, tengan que abandonar la vivienda. «La televisión y la radio no paran de decir que viene una riada muy grande y, quieras o no, te asustas, de forma que ya hemos preparado todo por si acaso», manifestó un residente.

Pero mientras el Ebro va de crecida, en el Gállego, muy cerca de la desembocadura, las aguas han bajado respecto del nivel que alcanzaron el miércoles. «Se ve que va de baja», señaló Manuel, un hombre que posee un adosado en una hilera de casas situada a solo medio centenar de metros de la zona inundada por el río pirenaico. «No tenemos miedo de que el agua nos afecte, pero nunca te puedes confiar del todo», aseguró.

En Zaragoza ciudad, el Ebro se ha convertido estos días en un espectáculo. Ayer por la tarde, centenares de personas, aprovechando una tarde primaveral, bajaron a las orillas del río para ver el espectáculo de un cauce ocupado en toda su anchura por un agua turbia.

Especialmente en las instalaciones de la antigua Expo y en la pasarela del Voluntariado se podían ver numerosos curiosos que hacían fotos de la corriente. «No es frecuente ver el cauce tan lleno, por eso he venido a verlo», indicó Fernando Gracia, un jubilado del Actur que se había acercado con su perro a la orilla del Ebro.