Anda en campaña Alfredo Pérez Rubalcaba y tan ardorosa y quijotescamente está combatiendo contra la crisis, los mercados y otros molinos de viento que incluso parece un socialista. Esperanza Aguirre y Dolores de Cospedal, un poco la Luscinda y Dorotea de Mariano Rajoy, que también es un poco quijote, le están ayudando mucho con sus recortes del gasto público.

Rubalcaba, el ministro rojo, el único que ha dado el paso al frente y se presenta tras el paso atrás y la desbandada de los zapateristas, debería leer, para seguir armando su arcabuz ideológico, La importancia de ser socialista, de Oscar Wilde, publicado por Rey Lear en traducción de Óscar Palmer.

La figura de Wilde vuelve a la actualidad de la mano de Al Pacino, que acaba de hacer una peli sobre su truculenta vida, pero el gran Oscar siempre estuvo ahí, con su talento y su humor, sus paradojas, su explosivo amor a la vida y su conocimiento del alma humana.

En La importancia de ser socialista, Wilde equipara socialismo con individualismo, e individualismo con helenismo. El ideal romántico de Shelley, Byron y Hugo o el ideal artístico de Flaubert siguen vivos en él a finales del siglo XIX, en plena eclosión de la segunda revolución industrial y de los movimientos obreros.

El dramaturgo británico se muestra irónicamente favorable a la abolición de la propiedad privada. "Si la propiedad simplemente implicara placeres podríamos soportarla, pero sus deberes la convierten en algo inaguantable. En interés de los ricos, debemos librarnos de ella". Efecto inmediato de esta medida serían, en la previsión de Wilde, la extinción del matrimonio y del crimen. "La envidia, que es una fuente extraordinaria de crimen en la edad moderna, es una emoción estrechamente unida a nuestro concepto de la propiedad que morirá bajo el socialismo y el individualismo".

Asimismo, liberaría a las clases bajas de su obsesión. "Sólo hay una clase dentro de la comunidad que piense en el dinero más que los ricos --escribía Wilde--, y esos son los pobres. Los pobres no pueden pensar en nada más. Es la desgracia de ser pobre".

Pese a su pensamiento, siempre contradictorio, Wilde cultivó el ambiente de la aristocracia. Era demócrata, pero sobre la democracia acuñó otra de sus demoledoras paradojas: "La democracia es el maltrato del pueblo por el pueblo".

De plena actualidad.