Periódicamente en la vida pública, política, regresan los puros, los iluminados, alumbrados, místicos o cátaros, esos pueblos, esas sectas, esos círculos en los que la verdad, una verdad, otra verdad, se contiene y expande.

El Partido Popular, en su análisis, ha deducido que Pablo Iglesias, el líder de Podemos, es un elegido, un cátaro, y por eso Mariano Rajoy, con gallega ironía, ha empezado a catalogarlo como tal, atribuyéndole el adjetivo mesiánico e insinuando que habla, que se dirige a sus fieles como el hijo del hombre en el Sermón de la Montaña.

Algo hay, en efecto, en Iglesias de apóstol de una nueva era, la de la inconformidad, la del cambio y rechazo a lo anterior. Una actitud que se repite cíclicamente, al hallarse en el ADN de toda generación, pero que debe conllevar un proyecto, un programa, un impulso de gobierno y no meramente la crítica.

Otros partidos, antes que Podemos, Izquierda Unida, Chunta Aragonesista, incluso el propio PP, han disfrutado de momentos, desde la oposición, en que esa romántica fuerza, el deseo de cambiar las cosas, el mundo, ha iluminado su quehacer y reclutado numerosos fieles dispuestos a apoyar, a soñar juntos, a votar por una nueva manera de entender el poder, Posteriormente, esos partidos, y otros muchos, han atemperado esa energía, amoldándola a la vida parlamentaria y encauzándola, o no, hacia sus respectivas directrices de gestión.

Podemos, con el tiempo, como Syriza, como Ganemos y otras muchas fuerzas, Ciudadanos, UPD, que han ido surgiendo desde el descontento, la indignación o el inconformismo, se irán poco a poco adaptando a la realidad.

El poder no tiene por qué corromperlos, pero los cambiará, como a todos, los regulará, hasta que un buen día, lejos ya las llamas de la juventud, su fuego arderá con un rescoldo suave, rutinario, mientras otros enarbolan nuevas ideas como llameantes lanzas. Es fundamental, eso sí, que estos nuevos partidos respeten las normas, que no agredan, que no quieran crecer a costa de la descalificación ajena. Esa clase de crítica gratuita, estentórea y de mal gusto ha hecho mucho daño en España.

En cualquier caso, la nueva época política e institucional se presenta apasionante. Un reto en el que las buenas formas, insisto, serán claves.