Mucho nos quejamos de las comunicaciones, a pesar de lo relativamente bien que en ese capítulo está Aragón, pero imagínense lo que había que hacer en el siglo XVIII para ir a Madrid.

A Francisco de Goya, por ejemplo, le costaba una semana. Siete largos días en postas de carruajes y diligencias que, entonces, no pasaban por Calatayud, sino por Daroca, en una ruta que se consideraba más segura.

Estos detalles los anotó Goya en el llamado cuaderno italiano, una libreta de apuntes que llevó con él a su primer viaje a Italia.

En sus páginas, con su característica y desairada caligrafía, trufada a menudo de faltas, el genio de Fuendetodos iba consignando las más variadas observaciones, desde las mezclas que iban a necesitar sus pinturas hasta sus impresiones sobre los maestros italianos, Correggio, Guido Reni, a quienes fue admirando desde su periplo de Turín a Roma, a lo largo del Piamonte, la Lombardía y el Véneto.

Ahora, la historiadora del arte Malena Manrique publica Goya a vuelapluma. Los escritos del cuaderno italiano. (Prensas Universitarias de Zaragoza). Un rico e interesante estudio crítico sobre este legendario taccuino de seis cuadernillos, cada uno de ellos con dieciséis hojas que el paso del tiempo se ha encargado de amarillear.

El cuaderno, misceláneo de una variada serie de apuntes, cifras, listados, notas y fragmentos epistolares, acredita, por ejemplo, que Goya fue un inversor inteligente y bien informado, pues se manifestó como uno de los primeros españoles, seguramente aconsejado por su amigo el banquero Goicoechea, en adquirir vales reales de deuda pública, invirtiendo en ellos la fuerte cifra de 50.000 reales.

Junto a ese dato aparecen en el cuaderno las distintas firmas del artista y algún apodo familiar, como Goyón, además de bocetos de la plaza del Ángel de Madrid o de uno de sus futuros óleos, La merienda a orillas del Manzanares.

Para pintar necesitará, y así lo anota, azul Prusia, copal, aceite de nueces, cera de palma, tierra roja y otros materiales que irá consignando junto a los listados de las cuentas de los trabajos de Aula Dei, demostrándose que fue el propio Goya quien se encargó de la intendencia y de pagar a los doradores.

Un excelente ensayo para profundizar en la naturaleza íntima, los secretos y misterios del gran pintor aragonés.