De excelente noticia, realmente, debe calificarse la reactivación de la red de Hospederías de Aragón, que reabren sus puertas tras un paréntesis de problemas, cierres temporales e incertidumbres sobre su futuro.

Rueda, Illueca, San Juan de la Peña, la Iglesuela del Cid... Los lugares en los que las Hospederías se ubican hablan por sí mismos al viajero. Preñadas de historia, de mitras y tronos, sus venerables piedras atesoran buena parte del devenir del Viejo Reino de Aragón, de su despertar a las órdenes monásticas, a las órdenes militares, a las dinastías reales que combatieron el dominio musulmán y que, andando los siglos, forjaron lo que hoy llamamos España.

Pero no sólo será una lección de historia lo que el turista perciba.

Disfrutará de hermosos entornos, desde los bosques de hayas del Pirineo a los pinares negros de Teruel, de una geografía mágica animada por núcleos rurales donde la arquitectura popular ha perdurado, el tejado de pizarra, los espantabrujas, el horno de leña, los lavaderos, las bordas, los antiguos senderos de las mugas francesas o las inmensas y heladas planicies por las que muchos de los brigadistas internacionales que vinieron a salvar la vida de la II República ofrendaron las suyas en los frentes de Teruel.

Desde el punto de vista económico, y del Aragón de hoy, la puesta en actividad de las Hospederías, tras la inversión de un cuarto de millón de euros para reformas y adaptación a los discapacitados, supone o debería suponer una mayor vertebración de nuestro turismo rural, por el que Aragón tantas apuestas e inversiones ha venido poniendo encima de la mesa.

Un turismo cultural, de calidad, que va claramente en aumento, de la misma forma que poco a poco estos maravillosos enclaves del Pirineo, de Teruel o de la ribera del Ebro se van dando a conocer y van siendo apreciados por visitantes de muy distinta procedencia. Un camino, el de este sector, que hay que seguir recorriendo con esfuerzo, como no sin dificultad se superan los propias sendas que rodean las Hospederías; pero con tesón, en la seguridad de que la ruta tiene un final al que valdrá la pena llegar, y de que en sus etapas no encontraremos templarios ni abades, pero sí, entre otros tesoros de nuestro tiempo presente, el manantial del empleo y de la conservación del medio.