El cisco catalán ha organizado otro cisco aún mayor en el Estado autonómico, en el que ya casi nadie cree.

De hecho, España, en las portavocías oficiales, es simplemente el Estado, un Estado de Derecho, una nación o un reino; ya casi nunca lo que real y constitucionalmente es: un Estado de las autonomías, compuesto por 17 comunidades y dos ciudades autónomas.

Una sola de esas autonomías, la catalana, se ha encargado de malbaratar el sistema y de arrojar sombras de duda sobre los legítimos sentimientos autonomistas de comunidades vecinas (de esas tierras españolas a las que se ha referido con retintín Artur Mas). Comunidades que, como la aragonesa, están viendo descender las simpatías hacia sus partidos regionalistas o nacionalistas, mientras prosperan las que creen en el Estado o en la nación.

Jordi Pujol todavía lo ha puesto más difícil. Si es cierto lo que sospecha Ciutadans, que este individuo ha manejado cerca de dos mil millones de euros, apaga y vámonos. Entonces no sería ya Pujol el hombre más rico de Cataluña y uno de los más ricos de España, sino de todo el mundo.

Así, las cosas, las cuentas, ese excelente periodista que es Conrad Blásquiz se ha embarcado en un ensayo sobre la autonomía aragonesa.

Un libro, titulado Aragón, ¿de la ilusión a la decepción? que se presentará mañana en el Colegio de Abogados de Zaragoza y que recorre la historia reciente de nuestra comunidad. Desde la aurora fundacional autonómica, los mejores años, los primeros de la Transición, con aquel delirio de estudiantes, manifas y cantautores, hasta el actual estado de stand--by, a la espera de que el sol asome por Tortosa o Antequera. Desde las grandes marchas en demanda de la autonomía y del Ebro hasta el actual silencio administrativo.

Blásquiz, protagonista él mismo en la información parlamentaria y política, ha tirado de memoria y de libreta para recordar infinidad de episodios y anécdotas, del rubiatrón al gomarcazo, de las alianzas políticas a los casos de corrupción. Su mirada, teñida de análisis, aporta juicios lúcidos, más una cierta nostalgia.

El aragonesismo no debería ceder ante presiones coyunturales. De hecho, crisis como la actual ponen a prueba la profundidad y veracidad de los sentimientos e ideas. Hay que volver a pensar Aragón, a sentirlo, a releerlo.