En el teatrillo del Congreso comienzan a ser habituales los desencuentros y réplicas entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, jefe del gobierno y líder de la oposición. Como la mayoría de ustedes saben, dichas intervenciones se ajustan a las normas de un antiguo melodrama, ya guionizado por Cánovas y Sagasta, en el cual, quien detenta el poder y quien lo detentará libran una incruenta batalla verbal y después se van juntos a comer para celebrar su compartido éxito y futura proyección.

De la buena relación entre PSOE y PP dependen muchas cosas en España. Podrían resumirse en el statu quo: monarquía, democracia parlamentaria, Constitución, agentes sociales, medios de comunicación... Toda una arquitectura política, empresarial y sindical al servicio, alternativamente, de los mercados financieros y del Estado del Bienestar.

No todo funciona (¿algo funciona?), y en esta nueva etapa de la comedia parlamentaria, Rajoy no parece demasiado contento con su actual pareja de reparto, Pedro Sánchez. Añora a Rubalcaba y así lo dice, invitándonos a restablecer el melodrama como esencia de la lucha política y a considerar sus antiguas guerras con su Alfredo del alma como meros simulacros. Sánchez, en cambio, no ha aprendido aún el papel y se salta los diálogos de cortesía para ir directamente a lances de capa y espada y llamar a Rajoy tranquilón, franquistón, casposón, conmilitón de la derecha carpetovetónica y un orvallo de descalificaciones que el presidente va capeando a la gallega, pidiendo el Oscar para Rubalcaba y que a Sánchez lo enrolen en una compañía experimental, de vanguardia, con Pablo Iglesias, Tania, el otro Pablo, Errejón, Monedero, Echenique y más alternativos de izquierdas.

En Aragón, la pareja actoral Luisa Fernanda Rudi--Javier Lambán se mueve más a gusto en el drama que en la comedia. Sus escenas y actos recuerdan más a Buero Vallejo, o a Arthur Miller, que a Lope de Vega o Wilde. No hay pasión entre ellos, y sí un desdén hacia sus caracteres y roles, hacia sus respectivos argumentos y silogismos, desplantes y tácticas que convierte el burlesque de La Aljafería en un foso griego más que en ópera bufa. Lambán, como Ulises, busca su Aragón perdido sin escuchar los cantos de sirena de Rajoy, Rudi y Rosell sobre la supuesta recuperación, tan peligrosos para los argonautas socialistas como un teatro sin clá.