En el primer cuarto de la madrugada, ese momento próximo al off en el que el mando a distancia es un implante incrustado entre la ingle de los sueños incumplidos del día y las inminentes pesadillas de la noche de la iguana, se me manifestó frente a la pantalla el espíritu de Samanta, esa presentadora de la Cuatro que hace tan íntimamente suyos los programas. No perdí ojo --el que te queda hábil a esas horas-- a su apasionante y chispeante viaje por el futuro, tema que abordó con una natural impostura de sorpresa, sorpresa. Del porvenir que esta aquí y del que inevitablemente nos arrollará en breve en la mejora de la calidad de vida hasta límites insospechados. Entrevistó a aspirantes a ciborgs que dicen soñar con ovejas eléctricas, a granjeros de insectos altamente ricos en nutrientes, a una pareja que bascula entre batidos, vitaminas a granel y la criogenización como último recurso y a un científico que asegura la inmortalidad como máximo en tres décadas. La macedonia de propuestas casi me mata, pero aguanté en el sofá porque eso de ser interminable siempre engancha.

No sólo viviremos para siempre, sino que lo haremos en un cuerpo que se rejuvenecerá hasta la fecha que nos convenga. Más o menos como un Benjamin Button con temporizador. Las cuestiones colaterales de cómo sería ese planeta y su sociedad, se pasaron muy encima, no vayan a estropear tan suculento menú: te ofrecen el paraíso y te pones todo digno a preguntar qué tiempo hará. Tampoco se trató si en el proceso de reversión se admitirán retoques sobre el original, porque para transitar por la guapa eternidad con una cabeza XXL o con una discapacidad como que mejor te bajas en la próxima. A pesar de todo, resulta atractiva la invitación Forever young hasta que Samanta te deja y entonces te quedas ahí solo, fabulando si pertenecerás a esa casta o si tu destino está bajo los cipreses, como Dios manda.

Poco a poco, todavía como producto perecedero, empiezas a hacer tus reflexiones. De entrar en la convocatoria, te cruzarías un día sí y otro también por los pasillos del Valhalla con los amigos, la familia, con quienes te partieron el corazón... Posiblemente con Jordi Hurtado como maestro de ceremonias y otras inteligencias supremas que te enriquecerían ese espacio infinito. Pero en la misma nave sin retorno viajarían Junqueras, Rajoy, Rufián, Fonsi despacito, Bertin Osborne, Leticia Sabater, Trump, Putin, el padre de Messi, embajadores de ISIS y, seguramente, ningún pasajero tercermundista, que para todo hay clases aunque el futuro de Samanta no haga excepciones. Entonces se te apodera la angustia y te invaden las dudas, que quedan resueltas cuando te preguntas si te soportarías a ti mismo retuiteando por siempre jamás esa gloria selectiva y ya inamovible. Tememos que la muerte no sea la mejor opción, pero esa inmortalidad se parece demasiado al infierno, donde ni siquiera hay mandos a distancia para cambiar de canal.