Miguel Sánchez Ostiz señalaba que su libro Sin tiempo que perder (Alberdania) presentado ayer en la Fnac de Zaragoza "no es mi diario, porque estoy de mi mismo hasta los c..., sino un cuaderno de conversación conmigo mismo". Ya el presentador, el bibliófilo zaragozano José Luis Melero, había matizado la condición de diario de esta miscelánea o si se quiere dietario en el que la experiencia personal y la reflexión se mezclan para mostrar el mundo personal y "un sentimiento de nostalgia que está en todos sus libros". Y eso que el profesor Mainer ha calificado a Sánchez Ostiz como "uno de los tres grandes diaristas de España".

Nostalgia de unas casas ametralladas en Irún que ya no existen: "Nunca les pude hacer una foto cuando pasaba hacia San Juan de Luz, porque si salía del coche me jugaba la vida con todo el tráfico". Y explico que "en ellas estaban parapetados los carabineros a los que el cura de Santa cruz negó la confesión cuando iban a ser fusilados". Nostalgia, apuntó Melero, "de meriendas infantiles y de la fiesta de san Miguel, de su primo cuando le llevó por primera vez a un colegio de verdad, y no al de las monjas, nostalgia de la farmacia de la abuela".

EL VIAJE A BUCAREST /Un tercio de Sin tiempo que perder lo ocupa el viaje del autor a Bucarest: En 180 páginas, Sánchez Ostiz habla de la quente que vive en panteones, de los mendigos irascibles, de "los comentarios cínicos de Foxá, marcado por los prejuicos de su casta, que miraba al mundo como poblado de lacayos y plebeyos". Una ciudad en la que conviven 18 minorías étnicas, donde la gente no quiere hablar de judíos, pese a tener siete cementerios hebreos.

Pero el libro habla también de personajes raros, como el Marqués de Araciel, que "aparecía como un mago por televisión y le echaba las cartas a la gente guapa de Madrid. Un ser de aspecto chulesco, que, a través de un jefe de Falange prohijó a un chico de la Inclusa de Pamplona", para apostillar que "escribía que era un espanto, con maneras literarias". También habla de Julius Popper un descubridor de oro en Tierra del Fuego que acuñaba moneda y sería asesinado en Bucarest, de Juan Uribe, de Melville, Conrad, Galiano...

Otro punto de viaje en el libro es Valparaíso, sus botillerías y sus capillitas callejeras: "Valparaíso es para escribir novelas de desaparecidos", señala Sánchez Ostiz e incide en la poesía de la nostalgia que inunda a una ciudad asolada por incendios y terremotos.

"Me importan las historias de gente que desaparece, que se esfuma, pero alguien allí me reventó una novela al decirme: ustedes los europeos se permiten el lujo de desaparecer, cuando aquí tenemos otro tipo de desaparecidos", en el plano de opresión política. Miguel Sánchez Ostiz Viaja también a Edimburgo para visitar el museo de los escritores escoceses. Allí enferma, tiene que volver y cierra el dietario.