La tasa de emancipación en los jóvenes mejora a un ritmo lento. Tan solo un 23,12% de las personas entre 16 y 29 años vive independizado, un 1,20% más respecto al primer trimestre de 2017. La inestabilidad laboral es lo que más les frena a la hora de hacer frente a los gastos. «O tomas la decisión y pruebas suerte o, si esperas a tener un contrato fijo, nunca te irás», comenta Abel Andrés, un joven de 24 años que se gana la vida como cocinero a través de contratos temporales.

«Me emancipé a los 22 con un amigo, llevo mucho tiempo trabajando y tengo dinero ahorrado», justifica Abel. Con trabajo o sin él, por el momento este joven cocinero se siente orgulloso de la decisión que tomó ya que «irán saliendo cosas» y defiende la idea de «dejarse llevar e ir disfrutando de las oportunidades que te da la vida».

Por el contrario, José Domingo, de 36 años, está a punto de dar el paso aunque no le resulta sencillo ya que «se está muy bien en casa». En esta ocasión, no es la inestabilidad económica la que le ha detenido, sino la comodidad del hogar familiar. «Hasta ahora no he tenido la necesidad de irme, prefería vivir con gente y con mis padres estaba a gusto», comenta José, que dentro de unas semanas se mudará con su pareja. «Ahora ya tengo una buena excusa para independizarme», bromea.

Aunque mejoran las cifras levemente, las del paro juvenil siguen siendo una de las principales preocupaciones de la comunidad. El 23,42% de los jovenes aragoneses continúa en la búsqueda de empleo y la tasa de inactividad es del 43,27%.

Temporalidad

«Tengo 24 años, dos carreras y vivo en mi casa porque ni tengo trabajo ni puedo cobrar paro porque aun no he trabajado», comenta Javier Ortiga, quien asegura que su plan era independizarse al terminar sus estudios, pero que la situación laboral actual se lo impide. «¿Qué debo hacer? ¿Seguir estudiando y que mis padres gasten más dinero en un máster?», se pregunta. Un hándicap a la hora de emanciparse son los contratos temporales. El 48% de estos jovenes cuenta con convenios que duran unos pocos meses y no les aportan garantías para el futuro. «No me voy a ir para tener que volver», asegura Amaya Marín. «Llevo años trabajando pero de beca en beca y ahora por fin tengo un contrato de seis meses, pero ya se acaba y no sé qué va a pasar», explica Amaya, que con 25 tiene tres años de experiencia en diferentes empleos, pero asegura no tener «solidez» como para empezar una nueva vida.