Como todos los grandes escritores, Ramón J. Sender sigue vivo mucho tiempo después de muerto, y con capacidad para seguir sorprendiendo a sus lectores, antiguos, nuevos, renovados, entre los que me cuento.

Hoy, Sender vuelve a ser noticia por la edición de una novela suya completamente olvidada, La noche de las cien cabezas, editada por un sello aragonés, Rasmia, con un interesante y documentado prólogo del profesor Calvo Carilla.

La noche de las cien cabezas, publicada originalmente en 1934, tuvo una vida corta porque el autor no quiso reeditarla. Pensaba incluirla en una trilogía, pero tenía otros proyectos literarios y periodísticos entre manos y en breve la guerra civil iba a desbaratarle el trabajo, la familia y la vida.

Tras la contienda, el maestro de Chalamera se exiliaría a París, en seguida a Estados Unidos, y ya no regresaría a España hasta finales de los años sesenta.

La noche de las cien cabezas es una novela extraña, tan singular en la carrera de Sender que da la impresión de ser única. Transcurre en un cementerio, cuyos muertos transitan en ánimas dotadas de la suficiente inteligencia y memoria como para ser transformados en personajes por un Sender en busca de nuevas fronteras narrativas.

En el silencio de un camposanto que es más un símbolo que un lugar, dentro del frío de las anónimas tumbas, obreros metalúrgicos, poetas bohemios, guardias civiles, prohombres republicanos, comunistas y anarquistas, viejos y jóvenes, damas y doncellas, pícaros y obispos, revolucionarios y burgueses comparten una misma criba crítica con aromas a un juicio final pasado por el esperpento valleinclanesco.

Hay, también, más abajo, más al fondo de la trama y de su intención fabuladora un efluvio de la novela picaresca clásica, del Siglo de Oro, del propio Quevedo en sus parodias de oficios y virtudes tras la puerta de Pedro, riéndose de corregidores y médicos, de alcaldes y jueces, juzgando, corrigiendo, sanando, gobernando a su medida la palabra y la risa.

Hay, teniendo en cuenta la juventud de Sender al redactar sus primeras novelas y la presión de los ismos, riesgo y vanguardia, el claro intento de romper los cánones clásicos de la novela para hacer otra cosa.

Hay, como no podía ser de otra manera, tratándose de Sender, literatura. Ho.