Juan de Dios Ramírez Heredia es una de las grandes referencias de la comunidad gitana en España. Maestro, abogado, doctor en Ciencias de la Información y Presidente de la Unión Romaní, fue eurodiputado desde 1986 hasta 1999. El viernes visitó Zaragoza para participar en los actos de celebración del Día Internacional del Pueblo Gitano.

—Ha sido testigo de muchos cambios, ¿cómo han sido los que conciernen a la comunidad gitana?

--La evolución ha sido absoluta. Sin embargo, hay que precisar que, aunque hemos avanzado mucho, es mucho más lo que queda todavía por recorrer. Le voy a dar un dato, y tal vez este sea muy significativo: cuando fui elegido diputado en 1977, el índice de analfabetismo del pueblo gitano español era del 100%, las estadísticas precisaban que el 80% eran analfabetos totales y el 20% eso que los llaman alfabetos, gente que sabe justito firmar y leer con dificultad. En estos momentos ese índice debe de estar por el 12% o el 15%. Es verdad que sigue siendo mucho pero no hay que desconocer que del 100% al 12% ha representado un cambio importante. Finalmente, el racismo ha crecido en nuestro país. No tiene la virulencia que tiene en otros países, donde además de racismo, nos matan. En España no nos matan, pero el racismo sigue estando latente en muchos enclaves en los que el gitano no está incorporado en la sociedad, en la medida en la que todos nosotros nos gustaría y por la que luchamos.

—¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrenta la sociedad?

--El reto principal lo tenemos los gitanos, no es el mundo de los payos. Es que tomemos conciencia de que tenemos que ser nosotros los protagonistas de nuestro destino. No podemos esperar que sean los payos, los que nos marquen el camino. Qué queremos hacer de nuestro pueblo, ese es el gran reto que tenemos pendiente.

—¿Qué le parece la estrategia integral para el pueblo gitano que acaba de presentar el Gobierno de Aragón?

--No puedo opinar porque no la conozco. Ahora me viene a la memoria la cantidad de gitanos... có- mo no, tengo que mencionar a la tía Rona, a la que quiero entrañablemente desde hace tantos años. Aquí en Aragón, por ejemplo, estos dos gitanos que me acompañan son personas súper responsables y muy conocedoras de nuestros problemas. Por lo tanto, yo confío, estoy completamente seguro de que con la actitud de ellos y con la reclamación de que no sean figuras estáticas que van, a recibir lo que el gobierno quiera darles, van a participar activamente en las soluciones que el ejecutivo pueda propiciar.

—¿Precisamente, cuál es su visión de la comunidad gitana en Aragón?

--No viven igual los gitanos en Aragón que en Cádiz, mi tierra, o en Cataluña o Galicia. Los niveles de pobreza, de convivencia en la sociedad, son muy distintos. Ser gitano en Aragón no es difícil porque el aragonés, por lo menos hasta lo que yo llego y por las referencias que tengo, no practica un racismo violento ni segregador. Me atrevería a decir que la marginación que puedan sentir los gitanos en esta tierra debe de ser muy similar a la misma que sufre el payo pobre aragonés. No es una discriminación de raza, sino más bien un racismo provocado por la desigualdad social.

—¿Y cómo le gustaría que evolucionara la sociedad en el futuro?

--Me gustaría una sociedad en la que, caminando por una calle donde la acera fuera muy estrecha y en direcciones opuestas, viniera un payo y un gitano; un payo que no pueda desmentir su condición de payo, y un gitano que tampoco lo pueda disimular. Y que ambos tuvieran el afán noble y fraterno, porque los dos no caben en la acera, de mutuamente intentar dejarse el paso el uno al otro como un símbolo de fraternidad, de entendimiento. Y es que, parece mentira que la humanidad no lo haya aprendido, ni el payo es más que el gitano, ni el gitano es más que el payo, todos somos iguales. A la gente hay que medirla por sus actos, que no hay culturas unas mejores que otras, son distintas, y en el respeto hemos de convivir.