Lo más importante de su trabajo no se realiza en la oficina. Rocío sale todas las mañanas para conocer el estado de la nieve y la estabilidad de las laderas de las montañas en la cuenca vertiente, desde Villanúa hasta la frontera con Francia. Una vez que recopila los datos para conocer el riesgo de aludes que existe, se encarga de elaborar un boletin que sale de manera semanal y que sirve como herramienta de prevención para los montañeros. «Cada día hacemos un itinerario diferente. De esta manera, nos hacemos una idea general de cómo está la nieve en la zona y podemos determinar el grado de peligrosidad en una escala de 1 a 5», explicó Hurtado.

Para desempeñar este trabajo es necesario tener una buena condición física. «A veces podemos coger los telesillas de las estaciones, pero muchas veces, no nos queda otro remedio que ir con esquís de travesía», apuntó.

Así es como, cuando llegan a un punto que consideran «representativo» para el estudio, realizan un agujero en la nieve y miden diferentes valores como la densidad, la temperatura y la humedad de la nieve. Asimismo, con una lupa de diez aumentos analizan el tipo de copo, que puede ser en forma de estrella o de esfera, entre otras. «Con las mediciones que realizamos podemos hacer una previsión sobre los sitios en los que podría producirse una avalancha. Sin embargo, la nieve es muy variable y lo que sirve para un sitio ya no vale unos metros más allá», apuntó.

Las últimas nevadas en el Valle de Aragón han acumulado grandes cantidades de nieve. Por eso, el riesgo de avalanchas alcanzó el nivel 4. «Esto significa que el peligro de aludes es fuerte. Aunque todavía hay riesgo de que se produzca alguna, ya hemos bajado al nivel 3», explicó Hurtado.