Dos noticias, dos, han conmovido a los aragoneses a lo largo de esta semana: la devolución parcial y encabronada del Tesoro de Sijena, y el escándalo político organizado en torno al jefe podemista Echenique, quien al parecer no estuvo diligente a la hora de normalizar el contrato y la cotización de un cuidador que le ayudaba por las mañanas a ponerse en marcha. Ambos asuntos, si les soy sincero, me parecen poco relevantes en su proyección social y política, aunque no dudo de que a) Cataluña debe devolver las obras de arte sacro procedentes de Aragón sin más dilaciones ni mamarrachadas, y b) el secretario de Organización de Podemos se columpió de medio a medio con el tema de su asistente. Dicho lo cual, es preciso insistir en que Aragón afronta problemas mucho más transcendentes, en este puñetero mundo donde todo cambia a tremenda velocidad y el futuro se construye currándose el presente en cuestiones de naturaleza económica, tecnológica y comunicativa. Mucho Sijena y mucho Echenique (y mucho Ayuntamiento de Zaragoza a todas horas), pero de cómo evoluciona la gestión de los grandes intereses colectivos apenas se habla. Lambán estará encantado.

En lo que se refiere al expolio por los catalanes de obras de arte sacro procedentes de parroquias orientales y del Monasterio de Sijena, asombra el descomunal interés despertado por tan larguísimo serial. Sobre todo porque esta bendita Tierra Noble jamás mostró tal vehemencia a la hora de pelear por un Espacio Goya o de proteger un patrimonio histórico artístico, que hasta hace cuatro días iba de acá para allá (y no sólo en dirección a Cataluña). Viendo ahora cómo las Cortes, el Ejecutivo, los medios y el sursum corda andamos a vueltas con el misal y las casullas que las monjicas vendieron a la Generalitat, es evidente que ya no se trata tanto de defender lo que sin duda nos pertenece como de tener una causa accesible y capaz de movilizar las emociones... Aunque su dimensión objetiva sea menor.

De Echenique se ha dicho casi todo, incluyendo bastantes burradas. Pero después de tanto pobrismo, tantas melonadas con los sueldos de los cargos públicos, tanta confusión a la hora de definir y descubrir la corrupción (la de verdad)... no le quedaba margen para cometer error alguno. En este asunto, lo más inquietante es comprobar que su protagonista sigue sin enterarse muy bien de dónde está y a qué juega. Ese es el quid de la cuestión: que demasiados podemistas viven en un mundo paralelo (del cual no saben salir), ensimismados y convencidos de estar por encima del bien y del mal. Más les valdrá ponerse las pilas porque ya se les empieza a pasar el arroz.

Pero este no es tampoco, ni de lejos, el principal problema de Aragón. Ya les digo.