Doña Carme Forcadell, presidenta en funciones, y en libertad con fianza, del Parlament catalán, ha renunciado a su recién proclamada independencia de Cataluña. Lo hizo, no bajo tormento, sino por manifestación espontánea, nada más entrar al tribunal, para evitar la cárcel. ¿Cobardía? Sí. Otro/a cualquiera habría sido, en un trance como ése, mucho más fiel a sus principios. A la falta de valor de esta espuria heroína hay que añadir, como viene siendo moneda entre los suyos, el doble sentido y la ambigüedad. Dice ahora Forcadell que la declaración de independencia, por ella impulsada, tramitada y votada, fue algo simbólico. No real, no efectivo, no legal. Simbólico.

Habría que remontarse mucho en la política española hasta encontrar un acto de semejante felonía. Quizá hasta Fernando VII, no en vano llamado el rey felón, cuando adulaba indistintamente a Napoleón o a los liberales, con tal de mantenerse en el trono.

La antaño arrogante Forcadell, dispuesta a erradicar el castellano y la bandera española del país que consideraba suyo, es hoy renegadora y traidora a la causa indepe, avalista del 155 y carente en el futuro de la representatividad para la que, además, debería quedar judicialmente inhabilitada.

Su mal ejemplo ha marcado el camino a sus afines, a los demás ex consellers y al propio Puigdemont. Si todos ellos practican la humillante renuncia a sus ideales, se convertirán en ciudadanos libres... al precio de su traición. ¿Simbólica, real, legal...?

Pero este no es un probema lingüístico, una duda para Chomsky o Saussare. ¿Qué opinarán de ellos, en cualquier caso, sus conciudadanos, aquéllos que creyeron sus soflamas y proclamas, que se rebelaron contra esa España que tanto les robaba y daño hacía, los que llegaron a creer en la Cataluña independiente? Lógicamente deberían sentir ahora un profundo desprecio y buscar en las urnas del 21 de diciembre alternativa a su dilema.

De esta lección hay que sacar algunas conclusiones. La principal, que los símbolos están para respetarlos, pues representan la historia y el presente de los pueblos. Que la Constitución es una de ley de leyes y todas se deben cumplir. Que aquellos que conspiren por lo contrario están fuera de la ley, de la convivencia, de nuestro presente y futuro.

¿Aprenderán? Lo dudo...