Acepto de entrada que cualquier debate sobre la posibilidad de mantener descubierto el Huerva en la Gran Vía está perdido de antemano por quienes alentamos tal iniciativa. Desde que la plantee en uno de mis habituales artículos bajo el epígrafe El Independiente me he oído de casi todo: iluso, infantil, gilipollas, retrógado, Peter Pan... (¿a qué viene eso de Peter Pan?, me pregunté al leerlo por primera vez; pero luego decidí tomarlo como un elogio). Tengo claro, pues, que la integración del río en un nuevo diseño del andador central de la avenida es batalla perdida. Y lo del plan director encargado por el Ayuntamiento de Zaragoza, también. En otras capitales europeas entenderían el concepto, pero aquí nos siguen moviendo las ideas de hace cuarenta años y es por demás.

He de aclarar que los peterpanes no estamos para polémicas al estilo cazurro ni cosa parecida. Asumimos la realidad: lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. Por otro lado, ya están encargadas las nuevas vigas para el cubrimiento y no las vamos a desperdiciar. No señor. También nos han hecho mella las razones de quienes arguyen los malos olores, las ratas y sabandijas (sobre todo durante el estiaje) como un impedimento esencial para abrir aquello a la intemperie por bonito que pudiese quedar. Al pobre río lo convirtieron en una cloaca y hoy, lejos de pensar en depurarlo, regenerarlo y devolverle la vida, la opinión pública asume que siga siendo un albañal... tapado, por supuesto, para que no nos asusten los bicharracos que seguirán medrando en el subsuelo. Otra razón de peso que reconozco igualmente es que las obras del tranvía no pueden acumular un solo día de retraso.

Resulta incomprensible cómo no se hizo el plan del Huerva antes de iniciar las obras del tranvía a fin de realizar ambas como una sola. Venirnos ahora con proyectos futuros para intervenir en la Plaza de Paraíso y todo lo demás suena a música celestial. Más cierto es que recién celebrada una Exposición Internacional sobre agua y sostenibilidad no nos atrevemos a usar un río canalizado como elemento urbanístico. De remate, según he leído, hemos dejado abandonado en Torrecilla un vertedero de noventa hectáreas con toneladas y toneladas de desechos, sin aislarlo, sellarlo ni planificar su gestión futura. Ni un euro hay presupuestado para desactivar semejante bomba de relojería ambiental.

¿A quién se le ocurre pretender que Zaragoza vuelva sobre sus desvaríos de los años sesenta? Como entonces, nos ponen la formica y el eskay. Se contrata a un arquitecto famoso en el mundo entero, se le compra algún proyecto grandote y con pintas de cosa moderna, se construye doblando el presupuesto inicial y llenamos la ciudad de artefactos más o menos útiles pero yeyés. El Huerva, desde luego, a taparlo. Y cuando huela, ambientador.