La sublevación militar pilló a Theo Francos en Barcelona, a donde había viajado para participar en la Olimpiada Obrera, paralela a los Juegos Olímpicos que se celebraron ese año en Berlín. Theo, nacido en Valladolid, pero francés de Bayona, era entonces miembro de la Juventud Comunista de Francia, a la que se había incorporado cuando tenía 14 años. Se unió a la lucha en las calles de la capital catalana.

"Con la llegada de las Brigadas Internacionales en octubre del 36, me integré en la Comuna de París, donde fui comisario político", explica. Participó en los combates por el Alcázar de Toledo, Madrid, Guadalajara, Belchite, Teruel y en la decisiva batalla del Ebro.

Theo afirma que uno de los peores episodios que vio en la guerra fue la batalla de Belchite. "Pasamos muchas penalidades. Llegué a alimentarme de hierba, hojas y cáscaras de pipas de girasol. Otro de los frentes más duros fue el de la Ciudad Universitaria de Madrid. Había edificios que ocupábamos los dos bandos. En uno de ellos, nuestro batallón estaba en la cuarta planta y en la tercera combatían los falangistas. Hacíamos agujeros en el suelo para arrojarles bombas. En el Puente de los Franceses fui herido por primera vez", recuerda Francos.

Fue evacuado a un hospital de Alicante y, cuando se recuperó, volvió a la Casa de Campo, donde fue condecorado por el general Miaja con una medalla que exhibía el pasado martes al llegar a Zaragoza.

"Tengo medallas españolas, francesas, inglesas y de los norteamericanos, que me dieron una cuando estuve con ellos en Monte Casino. Ellos no sabían que yo era comunista porque me aconsejaron que no lo dijera", relata.

Pero la segunda guerra mundial es la otra parte de la historia de Theo. Primero combatió en España y lo hizo hasta el final, "porque no quise irme cuando se disolvieron las brigadas en 1938. Yo quería combatir y, con otros 200 brigadistas, formamos un batallón de choque".

El final de la guerra le sorprendió en Alicante, a donde había acudido en la creencia de que iba a ser evacuado por mar. Fue detenido por las tropas franquistas y enviado a un campo de concentración.

"Pero me evadí al cabo de unos meses. En todos aquellos años me cogieron prisionero en tres ocasiones, y en todas me escapé. En aquella ocasión me fui a Francia, pero solo pude llegar hasta Hendaya porque el ejército francés se había derrumbado y, antes de que me alcanzaran los alemanes, me marché a Inglaterra para seguir combatiendo", relata el brigadista.

Por la experiencia adquirida en combate y sus conocimientos de explosivos fue incorporado a las fuerzas especiales británicas de comandos. Se hizo paracaidista y como tal participó en varias de las principales batallas que se libraron en el frente occidental: Noruega (Narvik), Tobruk, El Alamein, Sicilia, Monte Casino y Arnhen.

"En Tobruk tuve que matar a mi mejor amigo, también brigadista en España y comunista. Saltamos quince para volar unas fortificaciones, pero no pudimos hacerlo porque nos descubrieron los alemanes. Solo sobrevivimos mi amigo, muy malherido, y yo. Me pidió que le matara porque no quería caer en manos de los nazis y tuve que pegarle un tiro. Cuando terminó la guerra explique a su hijo cómo había muerto su padre. Fue terrible", se lamenta.

Uno de sus momentos más difíciles en la guerra fue en Arnhen (Holanda). Los alemanes deshicieron su grupo de paracaidistas en cuanto llegó a tierra, le tomaron prisionero y ¡le fusilaron!.

"Aún llevo una bala que no me han podido extraer, un matrimonio de agricultores advirtió que movía la mano entre el grupo de fusilados. Me rescataron y me ocultaron durante tres meses hasta que llegaron los aliados. Entonces me evacuaron a un hospital de Inglaterra, donde terminé la guerra. Me costó recuperarme y volví a Francia en 1946. Había salido diez años antes de Bayona y, al regresar me encontré con que me esperaba mi novia, sin saber si estaba vivo o muerto. Me casé", concluye.