No hay nada, el vacío total. Una ermita cerrada, unas pocas casas abandonadas, tierras amarillentas de secano, recién cosechadas. Otras, muchas tierras áridas sin labrar. Dos horas en coche sobre buenas pistas de tierra, atravesando la partida de Valcabrera, 3.000 hectáreas en el corazón de Los Monegros, arriba y abajo, y no se topa, ni de casualidad, con un alma con vida, ni siquiera alguna perdida. No vive nadie, no sobreviviría nadie. Solo un perro ladrando. El sol pica, el termómetro indica 34 grados.

Es imposible imaginar en estos terrenos de Ontiñena, dentro de unos 10 años, una hilera de hoteles, casinos, lagos, praderas y gente, mucha gente. Pero hace un siglo tampoco nadie pensaba que, tras cruzar Death Valley, el valle muerto, aparecería en medio del desierto un pandemonio de luces y gentío llamado Las Vegas.

El 10 de febrero, la empresa International Leisure Development (ILD), dio una paga de señal del 4% a La Sierra y el centenar de propietarios que aceptaron el precio de 8.000 euros por hectárea. "La gente estaba muy interesada en vender. Es un precio bastante elevado para unas tierras que cada vez daban menos rendimiento. Llevamos ya 22 años esperando el regadío, aunque justo en estos terrenos no se iba a hacer", dice el alcalde de Ontiñena, Ángel Torres, que ha visto como su municipio, de 650 habitantes, se ha ido vaciando por la falta de expectativas. "Los Monegros no tiene nada. Por eso, el 97% de los habitantes del pueblo está de acuerdo con este proyecto, aunque los que están en contra suelen hacer un poco más de ruido".

Sorpresa

Ontiñena causó sorpresa cuando fue el lugar elegido para el Las Vegas de Europa. El cercano pueblo de La Almolda parecía ganar, pero cuentan que los millones cegaron a su gente, que pedía demasiado para estas tierras desérticas. Aunque al final, toda la comarca se aprovechará, dice Torres. "Le irá bien a todo el mundo. Ya hay mucha gente que se ha apuntado para trabajar en las obras y para las empresas, que lo están pasando mal, llega en buen momento". ¿La crisis? Incluso puede ser una ventaja, se puede rebajar el coste de construcción, dice. El parque se hará a 14 kilómetros del pueblo, a los pies de la ermita de San Gregorio, ahí donde ahora mismo no hay ni Dios.