Alrededor de 5.000 piezas de antigüedades ha conseguido reunir a lo largo de toda su vida Julio Maza, un albañil recién jubilado del municipio oscense de Robres, y que ha expuesto en un museo etnológico creado por él mismo en un almacén que es de su propiedad.

¿Por qué? «Simplemente por gusto», responde Maza. «Hace tres años decidí montar un museo con todo lo que he ido acumulando desde que empecé a trabajar siendo solo un crío». Y es que ya no le cabían más «pingos» en casa, como los denomina cariñosamente su cuñado, ni tampoco en el garaje, de donde tuvo que sacar hasta los coches para que hubiera más espacio.

Entre los objetos recopilados en sus viajes al rastro de Zaragoza o sus visitas a chatarreros, predominan las herraduras, las llaves y los clavos, pero también se pueden encontrar sillas antiguas, fotos de películas de cartelera, palas de horno, billetes antiguos del Banco de España o baldosas de un patio árabe de Andalucía.

Todos ellos están organizados en 600 metros cuadrados y divididos por zonas según la temática. «Hay desde herramientas de diferentes oficios, como de zapatero, hasta utensilios de cocina, instrumentos musicales e incluso un espacio habilitado para juguetes antiguos», comenta Maza.

El único objetivo que persigue con esta iniciativa es «la fortuna sentimental», y afirma que no está interesado en «piezas exclusivas de mucho dinero». De hecho, ni siquiera va a poner una alarma para prevenir robos, porque para eso ya tiene «los perros de Manolo», su vecino.

Muchos han sido los que al conocer su proyecto le han regalado reliquias que guardaban. De las 5.000 piezas, 500 son donaciones. Pero también ha habido quien ha intentado venderle objetos con un fin lucrativo y fracasó en el intento. «Para mí no existe el valor económico, solo el sentimental», dice.

Un ejemplo de ello es uno de los elementos estrella de esta exposición, o al menos una de los preferidos de Maza por su alto valor emocional. Se trata de una colmena construida con caña que tiene forma de vaso. «Mi padre la forraba con estiércol y una losa con hierba seca y debajo dejaba un hueco para que entraran las abejas», explica el albañil, que añade que un vestigio así no lo vende «ni por mil euros».

Para visitar el museo hay que contactar con Maza y él se encargará de mostrar y explicar los objetos que ha ido recopilando a lo largo de toda su vida. «Mientras no me llamen de nueve a diez y media, que es la hora del almuerzo y eso es sagrado, cuando quieran», garantiza.