Los cinco aragoneses que estaban atrapados en Malí desde el pasado domingo, tras el inicio del levantamiento militar contra el Gobierno del país africano, descansan desde el viernes en sus domicilios familiares. Atrás ha quedado una experiencia que no olvidarán fácilmente. Lo sabe bien Javier Martín, el cooperante extremeño y coordinador en la zona de la organización Arapaz (anteriormente MPDL-Aragón). "Los primeros días nadie se atrevía a salir a la calle, pero luego la gente fue perdiendo el miedo; lo cierto es que nunca tuve sensación de peligro hacia mi persona", reconoce Martín.

Según indica el cooperante, que lleva viajando asiduamente a Malí desde el 2004, el golpe de Estado cogió por sorpresa a "todo el mundo". "Nadie lo esperaba porque, además, había elecciones dentro de tres semanas", señala Martín, que apunta que la relativa tranquilidad que se vivía en las calles de Bamako, "donde pasaban coches con militares que disparaban al aire", se veía interrumpida de vez en cuando por violentos acontecimientos. "Se produjeron robos y algunos asaltos en las tiendas", sostiene.

Por lo menos, Martín pudo seguir en contacto con sus familiares, ya que el teléfono móvil no falló en casi ningún momento. "Solo hubo algún corte de electricidad y de agua", explica el cooperante, que tenía que cumplir cada día el toque de queda (de 18.00 a 6.00 horas).

Estos episodios se desarrollaron sobre todo en el centro de la ciudad, mientras los aragoneses estaban alojados en un barrio residencial de las afueras. El miércoles regresó el vecino de Ballobar que se encontraba trabajando para una empresa del grupo Gallina Blanca y el viernes lo hicieron los cuatro empleados de la firma Lecitrailer.