Varias familias turolenses, alrededor de media docena, según fuentes de la asociación de perjudicados, buscan en la actualidad a personas que, cuando eran bebés, pudieron ser robadas nada más dar a luz sus madres.

Esta situación, que se dio a conocer a nivel nacional hace más de diez años, se ha visto reavivada a raíz del descubrimiento de que dos niños presuntamente muertos en los años 78 y 79, nada más nacer, no se hallaban enterrados en las tumbas que tenían asignadas en el cementerio de la capital turolense, una certeza que se ha alcanzado gracias a la realización de la prueba del ADN.

«En el conjunto de la comunidad, más de cien familias han denunciado la desaparición de bebés en el momento del nacimiento», señaló ayer un miembro de la Asociación Aragonesa de Niños Robados. «En el caso de Teruel, sabemos de la existencia de varios casos, pero esa cifra es siempre aproximada porque hay personas que tienen sospechas pero no se atreven a dar el paso de denunciar», añadió la misma fuente.

DESCONOCIMIENTO / Así como el último caso gira en torno al hospital Obispo Polanco de Teruel, otros tuvieron como escenario, presuntamente, una clínica ya desaparecida y en la que prestaban servicio religiosas. Se trata de asuntos que se remontan a los años 50, 60 y 70 del pasado siglo y en los que la investigación judicial resulta muy complicada por la inexistencia de documentos y el fallecimiento de los protagonistas.

En casi todas las ocasiones, se sospecha que los niños desaparecidos (sus restos no estaban en el cementerio) fueron cogidos en adopción por otras familias. «Lo normal era que los adoptantes desconocieran el origen irregular de los niños que les eran entregados», manifestó ayer la abogada Cinta Monferrer, que representa legalmente a Prudencia Gil, una mujer de más de 60 años, natural de Nogueruelas, que ha emprendido la búsqueda de dos de sus hijos, nacidos en el Obispo Polanco y que, según le dijeron en el momento de dar a luz, habían nacido muertos.

Los documentos del cementerio turolense indicaban que estaban enterrados en sendas tumbas, por lo que en el 2015 fueron desenterrados y, finalmente, se ha hecho un cotejo del ADN de los restos hallados y de Prudencia Gil. El resultado es que no tenían vínculos de parentesco.

Ahora, Prudencia y sus otros dos hijos, Fina y Raúl, se han embarcado en una cruzada, junto a Cinta Monferrer, para tratar de localizar a sus familiares, que en la actualidad rondan los 40 años.

«Sabemos que es muy difícil dar con ellos, por muchos motivos, personales y de todo tipo, pero a nosotros solo nos mueve el deseo de que una familia se reencuentre después de tantos años de separación», afirmó la letrada, que se refirió a que hasta la fecha no han tenido ningún contacto con los desaparecidos.