Asisto con cierto asombro al posicionamiento crecientemente maniqueo de la opinión española a propósito de Venezuela: o a favor de sus supuestos logros sociales o en contra de la supuesta dictadura de Nicolás Maduro. Ambas posiciones me parecen, por simplistas, parcialmente erróneas (partiendo de la base de que la verdad absoluta, irrefutable, dogmática, en política no existe).

Maduro no es ningún ejemplo, ni de práctica democrática ni de buen gobierno. Su obvia deriva hacia ese estilo de autoritarismo excluyente y demagógico --tan frecuente, por desgracia, en países sudamericanos--, lo convierte, a su vez, en un político maniqueo, de buenos y malos, de americanos y bolivarianos, de fieles militantes contra militares de otros uniformes que él cree van emboscándose cerca de sus fronteras. Su terquedad y torpeza han dividido al país, pero sigue teniendo una masa popular detrás que afirma creer en una revolución venezolana de su pueblo contra los poderosos, acaso amparados por mandatarios extranjeros, entre los cuales figurarían unos cuantos políticos españoles de distinto signo.

De otro lado, la brutal represión del Gobierno contra los líderes de la oposición, encarcelados por muy discutibles delitos contra la seguridad del Estado y de sus ciudadanos, convierte tristemente a Venezuela en un país donde existen presos políticos, donde, por el simple hecho de expresar sus ideas, uno puede perder la libertad, incluso la vida. En ese sentido, todo esfuerzo que se haga por la liberación de los líderes opositores es poca. Todo foro, toda iniciativa, toda denuncia es poca... Quedando en evidencia quienes no apoyen estas justas causas, quienes no luchen por liberar a los presos políticos, por la libertad.

En medio de semejante embrollo, que perturba la convivencia con residentes venezolanos procedentes de otros países, que complica las relaciones diplomáticas y afecta a nuestros intereses económicos, nuestra nación debería evitar en lo posible nuevos enfrentamientos y tender manos, puentes, en base a esos intereses y lazos comunes que dan empleo, generan riqueza en ambos países, Venezuela y España, contribuyendo a mantener operativas las fronteras.

Trabajar en común con Venezuela, eso es, en lugar de utilizarla en la campaña, lo que deberíamos hacer.