Llega el verano, las vacaciones y la columna de todos los principios de julio, que podría resumirse en: donde fuera coma lo que viera. Es decir, olvídese de sus costumbres y enriquezca sus vacaciones dejándose llevar por la comida local. Nada más triste que ver cómo muchos ciudadanos se alimentan durante sus jornadas de asueto en las mismas franquicias que en su lugar de origen los días de fiesta, perdiendo la oportunidad de disfrutar de sensaciones y sabores diferentes.

No se trata de llegar al extremo y lanzarse en México a la búsqueda de gusanos fritos o chuletones de león, que quizá sí. Pero parece sensato, sin llegar a la exageración, aprovechar las vacaciones para disfrutar de embutidos ahumados, poco habituales por esta tierra, mientras nuestros visitantes descubren la sabrosa longaniza.

Entre buscar en un restaurante de Andalucía su habitual plato de borrajas o las costillas de ternasco, que difícilmente encontrará, o lanzarse a la primera hamburguesería, pizzería o bocatería cuya marca le suene, existe un buen trecho, y muchas opciones.

A pesar de todo, las cocinas españolas, tan parecidas aunque tan diferentes, siguen perviviendo en la península. Fritos de peces que desconocemos en el sur, contundentes gazpachos --de carne caza- en La Mancha, marisco y grelos en Galicia, los erizos asturianos, la sidra, las butifarras catalanas…

Es cierto que hay establecimientos de zonas turísticas han ido perdiendo su identidad, para sumarse a los platos combinados, a la pasta y el filete, pero son muchos los que la mantiene. Y a poca pericia que tenga uno, le resultará sencillo encontrarlos. Y, si no, pregunte, que poco cuesta.

Y recuerde que uno de los grandes placeres del viaje es la prolongación del mismo, una vez ya en casa. Vuelva de Galicia con su queso de tetilla; con esa botella de sidra asturiana; con un buen aceite andaluz o un chorizo ibérico. Degustarlo, una vez retornado a la rutinaria vida laboral, resultará un nuevo, y económico, placer.