Como este año, aquel caluroso 24 de agosto de 1837 cayó también jueves. El día anterior, las localidades zaragozanas de Herrera y Villar de los Navarros habían acogido a dos ilustres huéspedes que, provenientes de Muniesa, iban acompañados por un imponente ejército integrado por siete mil soldados carlistas. Se trataba del pretendiente a la Corona de España, Carlos V, y de su sobrino, el Infante Sebastián Gabriel, que comandaba las tropas.

Era una etapa más de la larga marcha que desde hacía poco más de tres meses el pretendiente carlista había emprendido desde su cuartel real, en la localidad navarra de Estella. Su objetivo final era llegar con su ejército a Madrid, y ocupar el trono que, de acuerdo a las leyes sucesorias de la Corona entonces imperantes en España, creía que le correspondía, en vez de a su sobrina -la reina Isabel II, entonces de tan solo siete años de edad-, que había sido proclamada en septiembre de 1833, a la muerte de su padre Fernando VII.

Conocedor el Gobierno (el general Baldomero Espartero se había hecho cargo de él apenas una semana antes, el día 18 de agosto) de las intenciones del Pretendiente, y con el objeto de hacer imposible su propósito, había creado una fuerza específica: el Ejército del Centro, bajo las órdenes del propio general Espartero y las del general Marcelino Oráa, comandante de las fuerzas de Aragón, Valencia y Murcia.

El 23 de agosto de 1837 el avezado «Lobo Cano» (que con este apodo designaban los soldados carlistas al isabelino Oráa), sabedor de la comprometida posición de los expedicionarios realistas en Villar y Herrera de los Navarros, se situó con su división en Daroca, ordenando a su mariscal de campo, Clemente Buerens, se situase con la suya en Belchite, encerrando así en una tenaza al ejército carlista.

Sin embargo, sorpresivamente, y sin esperar la ayuda de su superior Oráa, el brigadier Buerens, al mando de seis mil soldados, ordenó avanzar a sus tropas hasta Herrera de los Navarros. Así, en las primeras horas del día 24 de agosto de 1837, los carlistas, al verlos llegar, retrocedieron hacia la cercana población de Villar de los Navarros, fingiendo que se batían en retirada. Buerens cayó en la trampa y mandó cargar contra ellos a su caballería, pero al llegar a un barranco, ya en el término del Villar, fue recibida desde las alturas con un nutrido fuego de fusilería.

Desconcertado el general isabelino por aquella emboscada, cometería aún un segundo y definitivo error, al mandar a sus fuerzas intentar avanzar a través de un angosto paso al final del cual, tranquilamente, les aguardaba el grueso del ejército carlista, cuyos escuadrones de caballería comandaba el turolense Joaquín Quílez, junto al navarro coronel Lucus (conocido con el apodo de Manolín, debido a su baja estatura). Ambos contribuyeron de manera decisiva a la victoria final que los carlistas obtuvieron en la acción de Herrera, y ambos también, encontraron la muerte en ella. El triunfo obtenido en Villar de los Navarros fue de tal magnitud, que a juicio de algunos historiadores pudo haber sido decisivo para el destino de la monarquía en España, en favor de la dinastía carlista.

La cara triste de aquel episodio histórico fue la de los casi dos mil prisioneros, entre ellos el general Ramón Solano, los cuales -trasladados en muy penosas condiciones, y despojados de la práctica totalidad de su ropas- fueron trasladados a partir del día siguiente hasta la localidad turolense de Villarluengo, inicio para ellos de un penoso calvario de meses, a través de distintas cárceles por todo el Maestrazgo aragonés, que acabó costando la vida a la mayor parte de ellos.

Precisamente, fue un reportero inglés del Morning Post, Charles Lewis Gruneisen (1806-1879), que se había unido a los expedicionarios carlistas en Cantavieja pocos días antes de la batalla de Villar de los Navarros, uno de quienes más intercedió ante el Pretendiente Carlos V para que se tratase a los prisioneros de Herrera con clemencia, de acuerdo al Convenio de Eliot, que había sido aceptado por ambos ejércitos contendientes en abril de 1835, para humanizar una guerra que había alcanzado cotas extremas de crueldad.

Se sabe que Charles Gruneisen envió la crónica de la batalla de Villar de los Navarros a su periódico de Londres, The Morning Post, y que ésta fue publicada el 8 de septiembre. De esta forma, el periodista inglés (que posteriormente escribiría un libro sobre sus vivencias periodísticas en España, y que a su vez fue un destacado crítico de ópera), se convirtió -en tierras hispanas y aragonesas- en el primer corresponsal de guerra, casi veinte años antes de que el también británico Howard Russell (considerado el padre del periodismo de guerra), enviase sus crónicas sobre la guerra de Crimea, la primera también de la que se hicieron fotografías para ser publicadas en la prensa.

Finalmente, señalar que precisamente, sobre las aventuras periodísticas de Lewis Gruneisen en la primera guerra carlista (1833-1840), fue presentada una película documental el pasado mes de abril en Madrid, bajo la dirección de José Semprún y la producción de la Fundación Larramendi.

* Historiador y periodista