Ligero malestar, escasas décimas de fiebre y mejillas muy coloradas como si hubiese recibido una bofetada. Esos son los síntomas que evidencian en un menor el eritema infeccioso producido por el parvovirus B19 y que se denomina, comúnmente, síndrome o virus de la bofetada. «Es como si le hubiesen pegado en las dos mejillas», explica el padre de una niña afectada la pasada semana.

Esta época del año favorece que este tipo de enfermedades víricas prolifere en los colegios, pues como el niño o la niña no precisan quedarse en casa, se contagian de unos a otros. Algunos padres se alarman pero la enfermedad se considera leve. Como mucho, se extiende la erupción con aspecto de un encaje de bolillos por el resto del cuerpo. «Solo se recomienda no hacer mucho ejercicio y no exponerse al sol, pero no hay que tener mayor cuidado», afirma la doctora Carmen Puig, pediatra en un centro de salud de Zaragoza.

El contagio se produce en el período de incubación, antes de la aparición «de la bofetada» en las mejillas, por lo que es fácil que la infección prolifere entre varios alumnos del aula: «cuando se manifiesta ya no contagia, por lo que la niña siguió yendo a clase cuando le apareció la rojez», afirma el padre de la pequeña que la semana pasada padeció el virus. La niña, de 7 años, no tuvo fiebre ni ningún otro síntoma por lo que «no fuimos al médico ni tomó ninguna medicación», añade. En su centro de primaria hubo varios casos, según confirmaron los maestros.

La mayoría de adultos ya están inmunizados y por eso no les afecta, explica la doctora Puig, pero al ser muy contagioso casi el 50% de los niños que convive con el virus lo adquieren. «Esta semana he atendido en la consulta dos casos, de hermanos, y los padres me confirmaron que en el colegio varios niños estaban también con el virus», señala.

Pero el tratamiento de la infección por Parvovirus B19 se orienta exclusivamente a determinados pacientes en los cuales la infección podría suponer un riesgo especial, como aquellos con anemia hemolítica crónica o alguna inmunodeficiencia congénita o adquirida. «Hay que poner especial cuidado en procurar evitar el contagio a mujeres embarazadas, que no han pasado esta infección, por el riesgo que puede tener para el feto», explica la doctora Puig. La mejor prevención, como en todo tipo de virus de estas características, es una higiene extrema, sobre todo con lavado de manos frecuente, al estar en contacto con algún niño afectado. Los pequeños que se contagian suelen tener entre 5 y 12 años y más allá de la incomodidad, todo queda en una «bofetada» no recibida.