La historia de Zaragoza es también la de decenas de edificios que han sido borrados del paisaje urbano, están a punto de desaparecer o se han convertido en cosa distinta de la que fueron. Son los edificios de vivienda protegida que se construyeron entre 1939 y 1959, un relato escondido de lo que fuimos.

La arquitecta Noelia Cervero ha escrito y dibujado el libro "Las huellas de la vivienda protegida en Zaragoza", del que ha hablado con Efe, para reivindicar lo que han sido y son esas "huellas olvidadas" con formas de edificios.

Se trata de una investigación dibujada de estos conjuntos arquitectónicos que reivindica un tipo de patrimonio muy diferente del monumental.

Cervero transita por las dos décadas que transcurren desde 1939 a 1959 para estudiar la vivienda protegida en régimen de ayuda del Estado; veinte años para desmenuzar doce casos que, si bien tienen la etiqueta de "vivienda protegida", no siempre persiguen un fin social, asegura la autora.

"Las huellas de la vivienda protegida en Zaragoza" comienzan justo cuando acaba la Guerra Civil, una época en la que Zaragoza, al igual que el resto de ciudades españolas, tiene que solucionar el problema de falta de vivienda que había entonces.

Como resultado del éxodo rural y del colapso de los cascos urbanos, el régimen franquista tuvo que dar alojamiento a cientos de personas que buscaban trabajo en las nuevas fábricas.

Se moviliza por ello una batería de iniciativas que no sólo conciernen al Estado, sino también al sector privado (las empresas) por cuanto deben prestar asistencia social a sus trabajadores. El espejo es la Europa industrial del siglo XIX, pero en versión española muchos años después.

El recorrido cronológico del libro de Cervero empieza en el edificio Ágreda Automóvil (1939-1946), en la Avenida Valencia, propiedad de la Sociedad Ágreda Automóvil, dedicada al transporte de viajeros y a la venta de vehículos y combustibles.

En él, apunta Cervero, "se utilizan sistemas más avanzados y mejores materiales porque todavía no hay límite de presupuesto".

Un ejemplo de esta época es también el conjunto de Francisco Caballero (1940-1946), en Luis Vives, hecha con hormigón, mientras que las de los años posteriores se construyeron sobre muros de carga de ladrillo.

Las casas de vivienda protegida de los años 40 y 50 del siglo pasado se ubicaron en lo que era entonces la periferia de Zaragoza, aunque actualmente han quedado integradas por completo en la ciudad por el crecimiento de la misma. Por esta razón, cuenta Cervero, muchas de ellas se han revalorizado en el mercado inmobiliario.

Durante estos años, la casuística de cada vivienda protegida va a ser diferente, pues su tipología arquitectónica dependerá de dos factores: del tipo de promoción y del perfil de usuario al que está destinada, explica la arquitecta.

De esta forma, se van a edificar en Zaragoza una gran variedad de estándares urbanísticos y constructivos en función de unas necesidades sociales concretas.

Por ejemplo, el modelo de vivienda unifamiliar en hilera con jardín trasero del Grupo Venecia (1944-1949), en la calle Hogar Cristiano, tenía la finalidad de ayudar a la población del campo a adaptarse a la ciudad; de hecho, "el baño estaba fuera de la casa", subraya Cervero.

Otras veces, las viviendas tenían unos bloques bajos pensados para abrir supermercados, bares o guarderías, como la de Alférez Rojas (1957-1961), en Vía Hispanidad.

La mayoría de las construcciones que analiza la arquitecta son viviendas en bloque, excepto las del Grupo Venecia y las de Torres de San Lamberto (1956-1958), en la calle Padre Benito Feijóo.

Tal y como recalca la arquitecta, esta última "es un caso muy particular" porque se construyó para los militares franquistas tras el pacto español y estadounidense de 1953 basándose en el estilo de vida americano. A diferencia de las comentadas previamente, el tipo de promoción de esta fue privada.

El paso de los años para estas viviendas protegidas no ha sido en vano, aunque muchas de ellas llegan a la actualidad con "síntomas de obsolescencia y abandono", asegura Cervero.

Por todo ello, la arquitecta ha concebido su investigación como una forma de dar a conocer lo que son estos edificios, lo que significan. Porque cuando se cambia la estética o se derriba alguno, se está borrando una parte de la historia de Zaragoza.

En este sentido, según piensa la arquitecta, mantener la memoria de lo que esas "olvidas huellas" son y de lo que representan puede contribuir al desarrollo equilibrado del territorio.