El desequilibrado despliegue de las televisiones públicas con las procesiones de Semana Santa ha colapsado los telediarios durante la Semana de Pascua. Cristos y Vírgenes, procesiones y pasos, cofradías y mayordomos, presos liberados y flagelados penitentes han abierto las noticias junto con el inevitable hombre del tiempo ( a más minutos, menos aciertos), los inevitables sucesos (a más prime time, mayor degradación informativa), y los ministros asistentes a las procesiones (alucinante Zoido cantando con los legionarios Somos novios de la muerte). No había más noticias, al parecer, ni existía el mundo alrededor de esa España asediada por tormentas tropicales, temporales de nieve, galernas, fenómenos costeros... redimida, por suerte, por la pasión de los cofrades.

Tan manipulados telediarios parecen inspirados en una España cañí que ahora vuelve con fuerza, con sus toquillas y manteos, su perfume a tradición y su verso corto, copla o requiebro a la belleza de la mujer y a la providencia divina. Se dirige, en su exaltación folclórica y del poder establecido, a un español desnortado que ciñe cíngulo procesional, alimenta con incienso sus sueños de gloria, premia el gracejo y desconfía del genio, ríe el chiste y desconfía del humor, lee las humanas declaraciones de Bustamante pero ha tiempo dejó de estudiar al humanista Ortega, y que comulga con la previsión presupuestaria de Montoro como en el destino goleador de Cristiano Ronaldo.

Hombre bueno, humilde ante el altar y los atriles del gobierno, recibe de los funcionarios de Prado del Rey la necesaria adormidera para su patriotismo y satisfacción. Salen en pantalla los malos, los coreanos, los catalanes, los yihadistas, pero siempre acaban ganando los buenos y esa mezcla de western, pan y circo, fútbol y casos, famosos y vídeos que hacen sonreír crean la ilusión de un país tan bonito como las mentiras sobre las que se sustenta.

Una televisión, la nacional, la de todos, y unas televisiones privadas o semipúblicas que abochornan a unos pocos por su sectarismo y pobreza, pero que contentan a amplias mayorías, suministrándoles cuentos chinos, espeluznantes sucesos y tremendos frentes fríos o calientes. Una herramienta que debería ser neutral, instructiva, científica, pero que se ha entregado a lo fácil, al gracejo, al guiño, a lo doméstico y comercial.

¿El opio del pueblo...? H