Juan Aznar, María Ángeles Blázquez y Miguel Borau son tres de los 187 extrabajadores de Walthon Weir Pacific, que se vieron envueltos en uno de los cierres industriales más traumáticos que se recuerdan en Aragón. De ello hace ya cuatro años. Durante todo este tiempo sus vidas han dado un vuelco, aunque hoy todavía se resisten a pensar que la lucha que emprendieron (pérdida de ingresos, movilizaciones, encierros en la basílica del Pilar, amenazas de muerte...) no sirvió para nada.

Desde que los hermanos Arcéiz pusieron patas arriba una de las compañías con más futuro de la comunidad, decenas de trabajadores se reúnen todos los jueves en la sede de UGT. Ahora, con más fuerza si cabe, anuncian una nueva oleada de protestas y movilizaciones después del verano para que aquel nefasto episodio no caiga en el olvido, y para que la justicia resuelva definitivamente las querellas criminales interpuestas por los afectados.

A día de hoy la quiebra declarada por Walthon arrastra una deuda de 35 millones de euros (12 millones a los trabajadores y 6 a la Seguridad Social, además de a proveedores) y ha dejado tras de sí 500 empleados afectados (187 directos y el resto indirectos).

"Hay una quiebra calificada como fraudulenta. El objetivo es que haya una retroacción de dicha quiebra y que se pidan responsabilidades, no sólo a los hermanos Arcéiz, sino también a los anteriores consejos", apunta el secretario general de la Federación del Metal de UGT Aragón, Luis Tejedor, que subraya que "si eso pasa tenemos la esperanza de que se liberen los terrenos, exista una responsabilidad civil y se puedan cobrar las indemnizaciones". Y añade Tejedor: "No vamos a cejar en la vía penal o laboral para que se solucione esta situación".

Como una lotería

El cierre de Walthon llevó a sus trabajadores a tres situaciones diferentes. Los jóvenes han encontrado empleo, aunque de peor calidad; los mayores de 55 años han pagado un alto coste social y económico; y todos ellos han sido testigos de la rotación de contratos, de la precariedad laboral y de las horas extraordinarias.

Juan Aznar no falta un solo jueves a su cita en UGT Aragón. "Si vengo aquí es porque tengo esperanza de que se solucione esto. Es como la lotería, algún día me tocará", sostiene. Él era tornero en Walthon, pero a sus 52 años (28 años en la empresa de válvulas) tuvo que buscar alternativas laborales. "Todos nos decían que éramos viejos para trabajar y, además, nunca imaginamos que íbamos a ganar tan poco". Hoy Juan cobra 600 euros menos que hace cuatro años y ha recorrido cuatro empresas diferentes.

Pero el precio laboral no es el único que han pagado. María Ángeles Bláquez trabajaba en el departamento de compras de Walthon. En el resto de empresas en las que ha pedido trabajo "solo buscaban niñas de 25 años que hicieran el trabajo casi gratis". La traumática situación vivida durante el cierre de Walthon también dejó a María Ángeles secuelas psicológicas y estuvo un tiempo en tratamiento, aunque ahora ya se ha incorporado al mercado laboral.

Miguel Borau tampoco pierde la esperanza. Él estuvo seis meses en suspensión tras el cierre de Walthon (no pudo trabajar hasta transcurrido ese tiempo), pero se siente afortunado de poder seguir trabajando en un taller de mecanización como fresador, aunque reconoce que "hemos ido a menos en lo económico".

Desamparo

Juan, María Ángeles y Miguel se han sentido durante todo este tiempo desamparados por las instituciones, han vivido incluso el rechazo social de personas que creían cercanas y se han quedado "alucinados de lo que es la justicia". Mientras María Ángeles continúa su vida laboral, Juan y Miguel ya piensan en que "pronto llegue la jubilación". Se muestran con confianza en la nueva etapa que se abre y solo piden un deseo: "Que los Arcéiz no se crucen nunca en el camino de nadie".