El incierto resultado de las negociaciones para formar gobierno en España flota lleno de interrogantes sobre la DGA, el Ayuntamiento de Zaragoza y otras instituciones de la Tierra Noble. Por eso Javier Lambán no quiere que Pedro Sánchez deje en la cuneta a un Pablo Iglesias resentido y con sed de venganza (y encima lo de las diputaciones provinciales...). Por eso también Echenique firma artículos donde defiende el modelo aragonés (con su partido apoyando desde fuera un ejecutivo básicamente socialista), pero al tiempo parece mostrar su decepción ante el supuesto incumplimiento de los acuerdos que suscribió con el PSOE. Por eso, finalmente, el Ayuntamiento cesaraugustano es un laberinto de pasiones, y ZeC es acosada de frente por la derecha mientras el Partido Socialista, que votó alcalde a Santisteve, mina su retaguardia. La ficción de que cada espacio institucional es un mundo aparte se vino abajo hace mucho tiempo. Todo está relacionado.

Es curioso que Iglesias y los suyos plantearan desde el primer minuto (¡y de qué manera!) una alianza con los socialistas a la valenciana y no a la aragonesa. Querían estar dentro y no fuera de un hipotético gobierno español progresista. Justo lo contrario que busca Sánchez. El desencuentro puede tener inmediatas repercusiones aquí y en todo el país. Si todo el teatro negociador fracasa, unas nuevas elecciones exacerbarán la tensión que obviamente existe entre el PSOE y Podemos. Tensión que moviliza a ambos partidos, porque si este último ha llegado con la obvia pretensión de comerle el terreno a la formación que venía siendo hegemónica en el electorado de centro-izquierda e izquierda, aquél quiere empujar al nuevo y molesto vecino hacia el pequeño rincón donde sobrevivía Izquierda Unida. Es lógico, y quienes se rasgan las vestiduras por tal situación parecen olvidar que el primer objetivo de la acción política es... el poder.

En todo caso, Lambán está gobernando con cierta comodidad, salvo por el hecho de que en la caja de la DGA apenas hay dinero. Lo mismo le ocurre a Luis Felipe, el alcalde socialista de Huesca, que sí tiene en su gobierno a gente de Podemos. Santisteve no tiene tanta suerte. Lidera un equipo complejo, variopinto e inmaduro, que debe afrontar de manera simultánea la enemiga de las fuerzas conservadoras zaragozanas (políticas y fácticas), las consecuencias de algunas de sus propias decisiones y el desapego de los concejales socialistas. Solo falta la huelga en los autobuses, sostenida al alimón por una empresa multinacional que pone el negocio por encima de cualquier consideración y un comité duro dirigido por sindicalistas vinculados, paradójicamente, a partidos (como Puyalón) integrados en ZeC.

Impresionante, ¿no?