Nada es verdad ni es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Cuando el Gobierno de Zaragoza en Común (ZeC) echa la vista atrás, recuerda a Ramón de Campoamor y a esta célebre frase. Ayer, en el palacio de Montemuzo, Pedro Santisteve volvía a dar muestras de la «amnesia» que toda la oposición le reprochó a propósito de la comisión de investigación de Ecociudad. O de que, como también le ha dicho otras veces, su principal error es no reconocer los defectos que tiene. Hacer valer que se ha cumplido «la mitad» de su programa electoral con el largo historial de proyectos varados por su minoría, su soledad política en el salón de plenos y la incapacidad de llegar a acuerdos, sorprende. Que eso invite al «optimismo» que solo ZeC parece interpretar, también.

La municipalización de los servicios externalizados no llega. Salvar Averly es ya imposible. Las 5.000 viviendas para el parque público se antojan una odisea. La laicidad en el reglamento de protocolo naufragó. El pabellón Príncipe Felipe sigue a la espera de ser rebautizado... Pero si es una cuestión estadística, tal vez las cuentas sí que salen. Y si ya se presume de logros como desbloquear la ley de capitalidad, la cesión de la avenida de Cataluña, la prolongación de Tenor Fleta y los grandes acuerdos con la diputación provincial, el éxito ya sería rotundo. Claro, la duda es si todo eso, además de sus nueve concejales lo ve alguien más.

Todos esos logros que se han conseguido son para la ciudad, sí. Pero en un diálogo con otras administraciones, donde sí parece que existe. De puertas para adentro, la historia sigue un guión distinto. Casi antagónico. Y en los tribunales, los reveses son incontables.

Es indudable que las cuentas están más saneadas, pero reducir la deuda con los bancos -100 millones menos, presumía su teniente de alcalde de Economía, Fernando Rivarés-, no se recuerda que fuera un objetivo prioritario de ese programa electoral. Pagar las sentencias judiciales (75 millones en dos años), con ayuda del fondo habilitado por el Gobierno estatal que dirige Mariano Rajoy, tampoco le hace un gran favor de cara a vender gestión a los ciudadanos. Y en el urbanismo, solo este año se han lanzado al tapete una serie de proyectos que habrá que esperar para verlos empezar. El Mercado Central, en el 2018, quizá sea el único de su cosecha. Otros, como las viviendas sociales de Las Fuentes o la reforma de la calle Oviedo, llegan con años de retraso.

Del tranvía y la segunda línea, que siga avanzando en silencio pero ni un compromiso ayer. De Pontoneros, sigue en la recámara (con la inestimable colaboración del PSOE). Y todos estos ejemplos con un denominador común: la inercia de impulsos políticos anteriores. La sensación de que no han inventado nada empieza a cundir, y la de que lo que sí han querido innovar, tampoco se les ha dejado, también.

De hecho, solo los presupuestos participativos -que por primera vez los vecinos elijan el destino de 5 millones de euros de las cuentas- han sobrevivido a la quema, no exenta de críticas. Las mismas que para elegir el trazado del eje este-oeste del tranvía, que ha reorientado la línea por los paseos Pamplona y María Agustín. Y, siendo justos, nunca el tejido cultural y las entidades sociales han estado más unidas trabajando codo con codo en cómo repartir las subvenciones o diseñar estrategias.

Pero, ¿lo percibe así el ciudadano? La eterna duda, el color del cristal con el que mirar su propio espejo. Ese en el que también se refleja el litigio con la Iglesia por la Seo, las banderas en el balcón consistorial y, cómo no, la gomina.