Cuatro miembros del Jabalís Salvajes FC han visto este domingo la luz tras dos semanas en las tinieblas. La primera jornada de salvamento concluyó con un éxito sorprendente: el primer niño emergió de la cueva a media tarde tras cubrir el trayecto en casi tres horas menos de las 11 previstas. El resto llegó de forma escalonada y todos fueron transportados en helicóptero al Hospital de Chiang Rai. Solo uno está bajo observación médica y no se teme por su estado. Dentro quedan otros ocho adolescentes más el entrenador, el único adulto del grupo.

“Hoy todo ha ido como la seda”, resumió a primera hora de la noche Narongsak Osottanakorn, jefe del operativo, en rueda de prensa. El monzón que acompañaba sus palabras y empujaba a los asistentes a los toldos aconsejaba embridar el triunfalismo. Las labores se han suspendido y serán retomadas este lunes en un lapso de entre 10 y 20 horas, cuando los submarinisas hayan repuesto las reservas de aire comprimido diseminadas por el camino. La meteorología apremia. El nivel de las aguas no ha subido aún pero lo hará si no cesan las lluvias que este domingo ya caían sin tregua sobre esta provincia tailandesa en la frontera con Birmania.

Espectacular dispositivo

Seis helicópteros, 13 ambulancias y un camión con botellas de oxígeno esperaban frente a la misma entrada de la cueva que un equipo juvenil de fútbol y su monitor atravesaron dos semanas atrás. También esperaban bomberos, psicólogos y familiares. El escenario estaba dispuesto cuando el primer chico emergió de las entrañas de la gruta mientras se ponía el sol y bajo lo que aún era una llovizna.

Trece buzos extranjeros y cinco nacionales, un grupo etiquetado de “all stars” por las autoridades, libraron la operación más mediática desde el rescate a los mineros chilenos del 2010. Cada niño es extraído por un par de submarinistas que le sujetan la máscara respiratoria especial que cubre su cara en los tramos aún inundados. También llevan trajes de neopreno, cascos y botas. Se sirven de una cuerda de ocho milímetros de grosor extendida a lo largo del trayecto como guía. En el grueso de los cuatro kilómetros que separan la boca de la gruta del montículo donde se encuentran ya es posible hacer pie. En el resto de galerías, si son suficientemente amplias, los submarinistas abrazan a los niños por el vientre. En aquellas donde apenas cabe un cuerpo humano, los segundos deben avanzar por sí mismos.

Recorrido sin visibilidad

La odisea comprende galerías anegadas de lodo y sin visibilidad, unas condiciones tan exigentes que días atrás se cobraron la vida de un submarinistas que había formado parte de la Marina tailandesa. Regresaba tras depositar las reservas de oxígeno a lo largo del itinerario cuando agotó el aire comprimido de su tanque. Su muerte subrayó el reto de sacar a chavales que no saben nadar y que en los últimos días habían recibido clases aceleradas de buceo.

La operación empezó a las 10 de la mañana (hora local) tras comprobarse que las condiciones eran las menos malas posibles y las futuras no serían mejores. Las autoridades habían medido durante días cuestiones como las fuerzas y la moral de los chavales, el menguante aire respirable en la cavidad donde permanen y la presumible derrota que sufrirían las centenares de bombas de extracción de agua frente al inminente monzón. Un doctor y buzo australiano había dado horas antes la luz verde tras un chequeo a los atrapados. “Sus mentes y sus cuerpos están preparados y saben cómo se desarrollará la operación, están preparados para salir” , dijo Narongsak.

Bajar el nivel del agua

Las bombas de extracción habían rebajado el nivel de las aguas en 70 centímetros. Una tromba de agua la noche del sábado, sin embargo, amenazó con complicar el cuadro. Urgía aprovechar lo que quedaba de buena previsión ante el riesgo de que el acceso a la cueva quedara sellado y tuvieran que permanecer bloqueados allí hasta octubre. Tampoco quedaba tiempo para que los exploradores siguieran buscando en la superficie montañosa alguna rendija para llegar hasta el montículo conocido como la “playa de Pattaya”, donde se encuentran los niños. Este domingo tocaba empezar el rescate, era el Día D.

La suerte de los ignotos jóvenes monopoliza la atención de la prensa local e internacional. La semana pasada acabó en los arcenes mediáticos la cuarentena de turistas ahogados, casi todos chinos, frente a las costas de la turística isla de Phuket. Pocos en Tailandia parecen interesados en preguntarse cómo un barco se puede hundir a estas alturas, si los responsables salieron a la mar desoyendo las alertas meteorológicas o si estas no existieron.

Una historia con épica

La crisis de los Trece de Tham Luang, en cambio, carece de zonas oscuras e invita a la épica: una guerra de todos contra el tiempo y el agua. La gestión del caso es clave para la Junta Militar que tomó el poder en el 2014. El pueblo decidirá en las prometidas elecciones del próximo año, si no media la enésima cancelación, sobre su eficacia para pacificar un país fracturado durante dos décadas. El general y primer ministro, Prayuth Chan-ocha, llegará este lunes a la zona y no parece que el fin del sano libertinaje de los primeros días sea casual. La prensa ha sido alejada de la montaña, los familiares ya no están disponibles para los medios y un grueso cordón policial protege el hospital provincial. El único grifo de noticias son las ruedas de prensa oficiales.

Los niños y su entrenador se adentraron en la cueva de Tham Luang dos semanas atrás desatendiendo los letreros de prohibición para cumplir un rito iniciático. Las lluvias provocaron una súbita inundación que frustró su salida. En el noveno día, cuando el país ya digería su pérdida, fueron encontrados por dos buzos británicos. La complejidad de su extracción ha mantenido en vilo a la capital provincial. Sus vecinos estallaban este domingo de júbilo cada vez que escuchaban el zumbido de las hélices de un helicóptero llegando de la cueva con uno de sus chicos a bordo.

Pendientes del monzón

La operación concluirá entre este lunes y el martes si el monzón no se opone. La salida de los cuatro primeros certifica que el plan funciona. No es descartable que la crisis quede felizmente resuelta en las próximas horas y reine la hipérbole. Convendrá recordar entonces al mártir que exige cualquier epopeya: se llamaba Saman Gunan, era submarinista y antiguo militar, tenía 37 años y se ofreció voluntario para salvar a los niños.