De las dos últimas semanas hacia aquí, con el cambio de sistema, la entrada de Erik Morán y Diamanka y el nuevo concepto de juego, el Real Zaragoza está más serio. No ha sido un paso adelante para lanzar fuegos artificiales ni para organizar fiesta alguna pero sí al menos para que se vea un equipo más difícil de derribar, más consistente, mejor agrupado y con más control del tempo. No es una conquista histórica, aunque era imprescindible empezar por ahí: por construir una base para luego pensar en cerrarla con un tejado con algún detalle más fino. El Zaragoza lleva dos jornadas seguidas sin recibir gol, en Lugo y ayer contra el Alavés. Eso es sinónimo de no perder. Con un solo tanto a favor, que a este equipo no le sobra capacidad en la definición, ha conseguido cuatro puntos.

Algo así, exprimir al máximo los marcadores, estrujar unos recursos pensados para jugar de una manera muy concreta, era el plan con el que Ángel Martín González concibió esta plantilla. Ayer el Zaragoza hizo una mala segunda parte, pero en la primera estuvo bien: tuvo energía y llegadas. Lo culminó con un tanto con mucho condimento colectivo (presión sobre la línea de banda, recuperación, un primer pase rápido, regates de Hinestroza en una zona donde hace mucho daño, no a 50 metros de la portería, un gran centro y un remate de picardía y anticipación de Ortuño en su mejor día en Zaragoza hasta hoy). No será la más hermosa, pero este equipo está pensado para desarrollarse a partir de una idea clara. Para exprimir al máximo cada una de sus virtudes y minimizar cada uno de sus defectos. Para saber ganar 1-0.