Soltó Lluís Carreras nada más acabar el encuentro aquello de que le había gustado todo su equipo en Huesca y a los oídos de su hinchada llegó un estruendo de incredulidad, por no decir ira. Se supone que lo adelantaría para no tener que señalar, pero no había en ese momento un zaragocista que no anduviese maldiciendo a este o a aquel. Al entrenador, que recuperó una versión desafiante, para empezar. Luego, a los suyos. Al que estaba arriba, a no sé quien del palco, al vecino... La bochornosa segunda parte recordó tiempos malos, se quiere decir aún peores, cuando a veces se chocaba con comportamientos indignos. No llegó a tanto ayer. Fue más un asunto de pusilanimidad, de inconsciencia o insensatez. No se puede entender por qué el Zaragoza se comportó de esa forma tras el descanso. Fue rácano, indiferente, medroso, sin apenas una muestra de dignidad, de nobleza y valor.

Se condujo así con un jugador más, con el marcador a favor, con un millar de gargantas zaragocistas desagarrándose hacia Primera, con decenas de miles de corazones empujando, con la responsabilidad de cumplir con un pueblo que recordaba que ayer, justo ayer, se cumplía un decenio del día que un tal Agapito comenzó a asolar una historia magnífica. No se puede borrar de golpe, está claro, menos cuando el equipo no es capaz de competir al nivel exigido en estos momentos. Pueden contar que fue una jugada aislada, un disparo de Samu Saiz de los que casi nunca entran; que si hubo un penalti birlado por agarrón; que si las bajas; que si los lesionados... Excusas para no admitir que el Huesca fue mejor en inferioridad numérica, que incluso estuvo más cerca de llevarse el partido en alguna contra, cuando el técnico del Zaragoza ya había perdido el norte.

No fue el único culpable Carreras, con quien repiten algunos futbolistas que se hacen insoportables, por ritmo o carácter, casi todos por su talento ausente. El partido de Dorca fue horrible; el de Morán, nefasto. En cuanto a Diamanka, la suplencia le ha beneficiado, desde luego, enmascarando sus palmarias carencias en esa supuesta injusticia del técnico. No puso ni un gramo de inteligencia futbolística. Tampoco los laterales, ni Ángel cuando entró, ni Tarsi, que jugó de... En fin, que salió.

Entre todos compusieron una noche irritante para el zaragocismo, responsablemente consciente de la amenaza. Se ha entrado en estado de alarma. Un error ante el Oviedo sería funesto. Claro que si el equipo transmite la incapacidad futbolística y anímica de ayer, el asunto se lo tendrán que componer entre los fieles zaragocistas y la Virgen del Pilar, que no está para cosas así, de verdad. Alguno se acordará de poner un cirio y tal, pero al Zaragoza más le vale encomendarse al juego y olvidarse de árbitros, conspiraciones y milagros. Si pierde otra vez, el asunto está liquidado. A la gente ya se sabe lo que le pedirán: que llene La Romareda, que empuje, que eso da alas, que acoquina al rival, blablá, blablá... Y si no, ¿a quién le echaremos la culpa?