Araceli Herrero tiene 91 años. Vive en una casa de la calle Boggiero de Zaragoza con su hija Araceli y su nieto Dani. Fue una de las pioneras del baloncesto femenino aragonés. Cuando remitía la Guerra Civil comenzó a jugar. Tenía tan solo 14 años y estuvo 12 en activo. Después, abandonó su gran pasión del deporte en activo. Siguió trabajando en una empresa textil, se casó y tuvo cinco hijos.

Los investigadores Sergio Ruiz y Jorge Albericio, responsables del proyecto-libro Muscat Project, que intenta reconstruir la historia del básquet zaragozano pusieron al tanto a la territorial sobre esta joya de la arqueología del deporte aragonés. La Federación Aragonesa le dio a Araceli el premio más emotivo de la noche en su gala. Era el de la pionera junto a Lorenzo Alocén. "Me emocioné mucho. Tengo un lema. Dios no me ha dado bienes, pero me ha dado tesoros y esos tesoros me han dado alhajas. ¡Qué más puedo esperar!". Tras recibir el premio se le entregó una camiseta de la selección aragonesa con su nombre a la espalda.

Araceli es una abuela de campeonato. Tiene una memoria de elefante y recuerda al mínimo detalle todo lo que le ocurrió hace mucho tiempo. "Mis hermanas me llaman el baúl de los recuerdos. Lo sabía todo lo que me preguntaban sobre la familia". Ligera de piernas, no falta un día sin que se dé un paseo con el bastón por el casco viejo. Sigue siendo como en su juventud, coqueta y presumida. Aunque reconoce que "¡ahora no valgo para nada! Tengo diabetes". Y pese a la lozanía de esta nonagenaria, sus allegados tienen que levantar la voz para que les oiga.

Sigue al corriente todos los deportes por la tele. Sus nietos dicen que dirige los partidos desde el sillón. "Si juega Nadal a las tres de la mañana, me levanto a verlo. Y también me gusta ver los partidos de balonmano, baloncesto o fútbol. ¡La pena es que no los echan en abierto!".

Sus padres eran de la localidad turolense de Villarluengo. Eran labradores, emigraron a Zaragoza y se fueron a vivir al barrio de Torrero. Vivía cerca del campo de fútbol del Real Zaragoza. "De niña me gustaba mucho correr. Mis primas y mis hermanas oíamos los gritos de los goles que procedían del campo de fútbol. Me hice, con mi hermana, socia del Real Zaragoza y algún día nos íbamos al Cabezo Grande a jugar con el balón", dice.

La pobreza

Eran los años de pobreza en España tras la Guerra Civil. Tiempos en los que el deporte era como un tabú para las mujeres y más para las niñas. El franquismo lo utilizó como signo de falsa apertura. Las mujeres lo practicaban a través de la Sección Femenina, los hombres con el Frente de Juventudes, a través de competiciones sindicales de Educación y Descanso o las universitarias del SEU. Las mujeres tenían un papel secundario y su misión era criar a sus hijos y las labores domésticas. Todas las que se lanzaron en los cuarenta a practicar deporte son vistas ahora como unas avanzadas a su época y poco menos que unas heroínas.

Araceli comenzó a jugar a través del taller de costura de la factoría de la Textil Aragonesa. "Me iba a jugar a escondidas porque mis padres no me dejaban. El primer año oculté la ropa deportiva". Tras la larga jornada laboral, se desplazaba a Helios para entrenarse. Pese a no ser muy alta, su velocidad, agilidad y ganas le hicieron destacar. "En los años treinta no había bases, aleros o pívots. Había dos defensas, el centro y los extremos. Era un juego similar al fútbol. No teníamos tanto bote, era más tuya, mía. Los campos eran de tierra y de ceniza y los balones muy grandes", indica. Tenía un buen tiro exterior, pero su punto débil eran los tiros libres.

Se afanó en agrupar a todas las trabajadoras para formar un equipo en la Textil Aragonesa. Pero al final pasó a integrarse en la Sección Femenina. Aún recuerda aquel momento. "En el Frontón Cinema quitaban las butacas y ponían una cancha de baloncesto. Jugábamos el equipo A y B de la Sección Femenina. Yo estaba en el B. En el descanso había una que lo hacía mal y el entrenador me dijo que me cambiara de camisa. Me pusieron una de hombre a la que se le caía la manga. Íbamos perdiendo, metí varias canastas y al final ganamos. El locutor dijo que di una exhibición. Y jugué desde entonces en el primer equipo". Hizo desplazamientos a Madrid, Barcelona y varios puntos del norte de España. "Jugamos en la Ciudad Universitaria de Madrid, en Montjuïc. En Zaragoza competimos en el Cuartel de Palafox, la Ciudad Jardín, el Frontón Cinema...", apunta.

En ocasiones jugaba con una lazo en el pelo del que caían unos tirabuzones dorados. Ella misma, con sus prodigiosas manos, confeccionaba y cosía los trajes para sus compañeras. Tenía uno especial para los entrenamientos y otro para los partidos, con falda larga y sin marcar las curvas, sin provocar, manteniendo la casta imagen de la mujer en el catolicismo de la época franquista.

Araceli no era consciente que jugaba en una época en la que era una parte de la maquinaria de uno de los regímenes más represores del Viejo Continente. Ella simplemente pensaba sin malicia en divertirse y pasarlo bien con un grupo de amigas jugando a baloncesto. Todos los deportes que se practicaban con la Sección Femenina, como el balonmano, el baloncesto, la gimnasia y el atletismo, eran aficionados. Pero Araceli desvela una pequeña trampa que ratifica sus dotes de estrella de la época. "Me llamaron de la empresa Ágreda Dutur para trabajar con ellos y jugar con su equipo. Insistieron tanto que me hicieron un contrato para jugar con ellos al baloncesto. Durante esos años tuve dos salarios". Ese fue su último equipo. Su noviazgo y una pequeña tienda de costura que montó no le dejaron tiempo para continuar con su pasión.

Pasaron muchos años hasta que el básquet femenino se organizó a través de la territorial y los clubs. Eran los finales de los sesenta. Primero llegó el Banco Zaragozano. Más tarde el Mann Filter. Ahora lleva la bandera del liderazgo el Stadium Casablanca, que el domingo homenajeó a esta heroína de la canasta.