El jugador del Real Zaragoza Rubén Gracia, Cani, ha comunicado al Club su decisión de poner fin a su trayectoria como futbolista profesional. Cani llevará a cabo una comparecencia pública en los próximos días». Esas cuatro palabras, por decir, son todas las que necesitó el Zaragoza para despedir a uno de los mejores futbolistas del conjunto aragonés de los últimos años. El mejor de la tierra, sin duda, con permiso de Ander Herrera. Un zaragocista de bien que no aguanta más y ayer dijo que lo deja. Se lo comunicó al club bien entrada la mañana, después de que Lalo Arantegui anunciase en la presentación de Ángel Martínez que esperaban la respuesta del canijo en unas horas. Bastaron unos minutos.

Se va con el corazón roto, sin poder cumplir el sueño de devolver a su equipo de siempre al lugar de siempre. Se va Cani, el genio, el talento, la fantasía, el jugador incomprendidamente diferente que debutó con un caño ante el Barça. Así era él, aunque a La Romareda le robaron sus mejores años. Él no quería. Le obligaron entre Soláns, Agapito y compañía. Todos compusieron aquel acuerdo de 8 millones del que el futbolista pareció culpable. Se fue al Villarreal en el 2006. Allí dejó sus mejores años, tardes de lujo, con goles, golazos, victorias, noches de Champions. Fue feliz allí, viviendo en paz junto al mar, pensando que, quizá, algún día se podría desquitar de aquella salida tan triste. No fue. No hubo poesía al final.

El Zaragoza, Zapater mediante, le convenció hace un año de que era la hora de volver a casa. Quería él, se lo debía a su mujer, a su padre, que nunca comprendió aquellos pitos que le acompañaron en su primera etapa, los que más de una vez le espantaron del estadio. Fue un incomprendido entonces, lo parece ahora que se va. Lo hace, lo explicará, porque no aguanta más este fútbol visto desde su autocrítica, con las condiciones que le ofrece hoy su cuerpo, por supuesto con lo que le ha rodeado el Zaragoza. Y lo que viene, un equipo lleno de melones. Mucho por descubrir, se quiere decir.

Así que Cani deja el fútbol después de su temporada más gris. Dejó detalles de su excelencia más de un día, pero su declive físico le impidió estirar del Zaragoza hasta Primera División. Con uno no basta. Fue insuficiente su participación, tanto que ni siquiera él se soportó a buenos ratos. El fútbol se escapa con la edad, también a los genios. Muchos fueron los que le llamaron para convencerle de que no se marchara, solo por ver alguna tarde más como la que dejó hace poco ante el Mirandés, jugando con esmoquin y chistera. Cosas de la magia, que llena los ojos y abre bocas.

Le quedaba fútbol más que de sobra para compartirlo en este Zaragoza tan pobre de Segunda, pero el club tampoco puso demasiado interés en su continuidad, que al final han traducido en dinero. Los 200.000 euros de Cani irán a otra cosa, para un futbolista que, de entrada, ni se asomará a lo que fue Cani, a quien la mala suerte apartó de la selección cuando Luis Aragonés lo había apuntado para jugar el Mundial de Alemania.

En una temporada en la que los pitos fueron menos, el zaragozano fascinó, con una capacidad de seducción inusual. No se puede olvidar la noche del 6-1 al Real Madrid en La Romareda, el 8 de febrero del 2006. Diego Milito llenó portadas y titulares, entró con letras enormes en la historia del club con esos cuatro goles a Casillas en 50 minutos. Cani dio tres asistencias y repartió un fútbol centelleante, un canto de seducción que cualquiera puede hoy revisar en las grabaciones de audio y vídeo. Alucinaban en Madrid con el descaro del pegapases, que siempre jugó a su aire, con el descaro del niño pícaro al que delataba su traviesa sonrisa.

Más allá, Cani ya había sido campeón con el Zaragoza, seguramente en la mejor final que haya jugado nunca el equipo aragonés. También era el rival el Real Madrid, aquellos galácticos a los que el equipo de Víctor Muñoz bajó de la montaña de Montjuic. El 17 de marzo del 2004, Cani le ganó el sitio a Galletti en la alineación de la final de Copa. Jugó y lloró. Primero por la expulsión que dejó al Zaragoza con uno menos pasada la hora de partido. Después por la gloria, el triunfo que, al final, ha sido el más importante de su carrera. Tiene muchos más dentro del vestuario, donde probablemente se halle el éxito de su carrera. Tipo querido, entrañable, divertido hasta la irreverencia desde aquella mañana de Oviedo en la que el Zaragoza descubrió que podía frotar la lámpara. Ayer la apagó para siempre. Adiós, genio.