Seguro que Agapito Iglesias no lo entiende, pero habrá que hacérselo recordar. La afición del Zaragoza, y cualquiera, va al fútbol a pasárselo bien, a aparcar por un rato sus penas y a disfrutar con goles, con victorias, a ver jugar a su equipo y a aplaudirle si lo hace bien y a mostrarle su desaprobación cuando lo hace mal. Así ha sido antes del soriano y así será cuando se recupere la normalidad. El enfado, la crítica, la reprobación de una mala gestión agotan, porque a nadie le gusta estar en permanente estado de cabreo, salvo contadas excepciones. Pero el actual dueño del club tiene que tener claro que cuando La Romareda ha sido tan unánime en su repulsa, en su actitud contestataria, es porque no desea verlo ni un segundo más en la entidad, porque anhela que de verdad quiera vender, venda y se largue.

El Zaragoza es infinitamente más que Agapito, que llegará un tiempo en que solo será un mal recuerdo en una gran historia de un club y, por eso, el fútbol se abre paso por muy delicado que sea el momento. Por eso se celebró la victoria ante el Villarreal como si de la Champions se tratara, por eso el gol de Postiga anoche trajo toneladas de éxtasis, una alegría incontrolada y hasta algunos se lanzaron a cantar el himno para ver si otra vez era talismán. Esta vez no lo fue.

La gente tiene ganas de gritar los goles de su equipo, de hacerle ver con cánticos a Osasuna que es el eterno rival y de celebrar con más ganas una victoria ante los navarros, algo que se notó en la mayor entrada que hubo en el estadio con respecto a otras discretas tardes en el aforo. Y la grada quiere engancharse con el Zaragoza a poco, muy poco, que esté le dé, hasta asumiendo que el descenso llegará seguro. Y después está Agapito, que nada tiene que ver con la alegría del fútbol o con el fútbol en sí. Al contrario. Las dos agapitadas se lo volvieron a recordar al soriano. Quizá no fueron tan sonoras como otras, pero eso es porque en esta vida es más fácil mostrar alegría que repulsa. Mucho más en el fútbol. ¿Entenderá esto Agapito?