Casi tan rápido como se produjo el efecto Agné, con una reacción en forma de buenos resultados después de la destitución de Milla, se diluyó su impacto. Un paso para adelante y otro para detrás han mantenido al Real Zaragoza en esa zona intermedia de la tabla en la que está atrapado y donde no hay premio sino condena. La derrota del domingo llevó al entrenador de Mequinenza a acotar en público las aspiraciones del equipo con la primera vuelta con un partido pendiente todavía. Asumió una realidad manifiesta, que el Levante, el Girona y el Getafe caminan a una velocidad superior, y que quizá habría que ir pensando en el modelo Osasuna: meter la cabeza en el playoff y luego transmutarse profundamente, como hicieron los navarros, en esa liguilla de cuatro partidos en dos semanas.

Hasta el momento, Agné no lo ha hecho ni bien ni mal. Ha estado acertado algunos días y otros más errático. No ha dado ni un máster en dirección ni ha sido una calamidad. Su línea es de una discreta regularidad. En esta travesía, ha insistido en diferentes problemas (falta de velocidad, poco poderío físico...) y ha ido eligiendo hombres y desechándolos, con Irureta y Muñoz como casos más llamativos.

Agné es el técnico del Zaragoza. Y ese es un oficio de alto riesgo desde hace tiempo. Bajos los pies, las arenas siempre son movedizas. Es imposible llenar el espacio de quien te ha robado el corazón. Eso solo se hace enamorando. O con resultados. Y de momento ni lo uno ni lo otro.