Derrotismo, desmoralización, abatimiento. Ese es el estado de ánimo en el que se encuentra el Real Zaragoza y, sobre todo, su masa social, a la que el nivel de hastío ha mutilado su tradicional capacidad de queja en el estadio y le ha conducido hasta este punto de indiferencia. El zaragocismo está cansado de estar cansado y ese histórico agotamiento se ha venido reflejando en La Romareda en los últimos años. De modo abrupto, el equipo se ha despeñado en el inicio del 2017 y, ahora, sobre la marcha, está convirtiendo aquellos pequeños retoques para apuntalar la plantilla en la enésima revolución de invierno. Han llegado ya Valentín y Bedia. Está al caer el portero Saja, el club negocia la incorporación de un lateral derecho con Juste como primera opción, traerá un delantero para sustituir a Juan Muñoz y, si se tercia, algún futbolista más de perfil ofensivo.

Ese es el primer remedio de auxilio que la SAD ha decidido aplicar para intentar frenar la caída libre. Más y más fichajes. El segundo queda en manos de Agné, muy mal herido por las derrotas y con el crédito a punto de expirar si la reacción no es inmediata. El gran problema del Zaragoza en la primera vuelta ha sido su extrema endeblez defensiva (con 31 goles recibidos en 22 jornadas las aspiraciones son nulas). Agné ha tratado de curar esa herida con más madera (el doble pivote Zapater-Valentín es la manifestación más clara). No solo no le ha funcionado sino que le ha ido peor. Ahora, con la soga al cuello, el técnico puede insistir en su troncosistema o regresar a su discurso original y juntar todo el talento que pueda, a Bedia, a Lanza, a Cani... e intentar ganar, no solo no perder. Porque para morir, mejor matando.