Al partido del 60º aniversario de La Romareda llegaban Natxo González y el Real Zaragoza subidos en una ola de optimismo, cercana a los límites donde empieza la euforia y fundamentada por un crecimiento sostenido tras la victoria en Córdoba con dos brillantes acciones individuales de Borja Iglesias y la estupenda goleada en Copa frente al Granada, mucho más coral. Del partido contra el Alcorcón, Natxo González y el Real Zaragoza salieron aturdidos después de haber sufrido una inoportuna aguadilla, superados en la batalla táctica por Julio Velázquez y un Alcorcón con un plan de partido que le generó un completo control del tempo y desactivó todas las virtudes del equipo, a excepción de Febas, que entre patada recibida y patada recibida, fue el único que metió mano al extraordinario entramado defensivo visitante.

Esto es el Zaragoza contemporáneo, un equipo de idas y venidas, de altos y bajos. Una montaña rusa de victorias, empates, derrotas y emociones con las que hay que saber coexistir y, sobre todo, gestionar. En solo cuatro semanas de competición lo hemos vivido ya en dos ocasiones. Tras la mala imagen de Tenerife, las expectativas rozaban el mínimo. Después de la segunda parte en Liga frente al Granada, los tres puntos de El Arcángel y el 3-0 copero, las ilusiones empezaron a merodear el máximo. Este Zaragoza tiene argumentos futbolísticos, algunas buenas razones y también defectos manifiestos. Como los anteriores ha de saber vivir con estas sacudidas. Y gestionarlas con más acierto y flema que en veces pasadas, en las que terminó ahogado en sus redes.