Javier Aguirre no es un innovador ni un renovador de métodos. Ni falta que hace. Es un entrenador tradicional, con las virtudes clásicas del cargo muy acentuadas. Conocedor del oficio, serio, respetable y respetado y con el sentido común tremendamente reforzado. Sabe qué quiere y cómo conseguirlo. Ya lo hizo la temporada pasada con una plantilla bajo mínimos y en esta ha empezado a intuirse que puede volver a lograrlo. Desde aquel pésimo inicio de Liga, con dos partidos nefastos (Madrid y Rayo), el Real Zaragoza ha descrito una curva progresiva y ascendente en sus resultados, en su rendimiento, en el nivel de juego y en su competitividad. Dentro de sus posibilidades, cada día parece un equipo un poquito más consolidado. Es el fruto del trabajo de Aguirre. Que él esté aquí es un motivo de tranquilidad.