Era el primero que se levantaba y el último que se acostaba en el cámping de pilotos en el interior del circuito de Indianápolis donde su caravana marrón se distinguía del resto por el logotipo de Kimoa, su nueva marca de ropa, esa que diseña junto a su amigo Alberto, el Galle, y su mánager, Luis García Abad. Sus dos preparadores, Fabrizio Borra y Edo Bendinelli, los que han estado con él desde que llegó a la F-1 en el 2001, también le arroparon, como su novia, la modelo italiana Linda Morcelli, con la que compartió descapotable en el desfile oficial.

Fernando Alonso se sentía el hombre más feliz del mundo en Indy. Todos le arroparon, todos sufrieron la locura de entrenamientos, reuniones, mítines, simulador… Todos se marcharon agotados camino de Europa. También Zak Brown, el jefe de McLaren. Y ante todos ellos, incluido, cómo no, el equipo del norteamericano Michael Andretti, que acabaría ganando las 500 Millas de la mano del veterano piloto japonés Takuma Sato, Alonso brindó con un brick de leche, como hacen los campeones de esta prueba, nada más pisar el podio. «Me habéis apoyado -les dijo en el garaje de Andretti- para que fuese yo quien bebiese la leche, pero no ha podido ser. Lo siento, pero aquí traigo este brick para celebrarlo con vosotros. ¡Gracias por vuestro apoyo!»

«Obviamente, estoy disgustado porque, siempre que compites, quieres ver la bandera a cuadros, pero ha sido una gran experiencia. Vine aquí, básicamente, a probarme. Y, la verdad, ser tan competitivo me enorgullece. Esa sensación es fantástica».

Alonso estuvo a punto de cumplir su nuevo seño. De momento, solo lo ha aplazado. El Nano contó que, entre todos los momentos mágicos, se queda con la primera parte de la carrera. «Fue una sensación única pasar por la torre en la vuelta 27 y ver mi nombre en lo más alto, como líder del pelotón. Pensaba en que Zak Brown o alguien del equipo hiciera la foto para tenerla. Espero conseguirla, sí».